La situación en Los Moras, una pedanía de Almogía, ha tocado fondo luego de que intensas lluvias causaran la destrucción del único puente que conectaba la localidad con Málaga. Desde hace dos días, sus aproximadamente 200 vecinos se encuentran aislados, reviviendo momentos de angustia similares a los que ya vivieron tras la tormenta que asoló la región el pasado noviembre. El puente, una estructura de tierra que se instaló tras los daños del último temporal, no resistió las severas inclemencias del tiempo y se ha convertido en el símbolo del desafortunado estado de las infraestructuras del lugar.
Francisco Luque, uno de los afectados, relata con frustración que el pasado sábado el caudal de agua desbordado acabó con lo poco que quedaba del puente: «Las fuertes lluvias terminaron con lo que quedaba del puente», expresó, subrayando el estado crítico por el que pasa su comunidad. Este corte de conexión obliga a los residentes a afrontar una travesía peligrosa y extensa que se extiende por una carretera de montaña, aumentando considerablemente el tiempo de desplazamiento y las posibilidades de accidentes. «Si no tienes un 4×4, estás vendido», advierte Luque, quien vivió de primera mano el riesgo cuando su vehículo se averió en el trayecto, necesitando ser rescatado por una grúa que enfrentó dificultades para llegar a la zona.
La comunidad de Los Moras no solo se enfrenta a la falta de acceso; también siente el agravio de promesas incumplidas. Tras la tormenta de noviembre, muchos residentes se vieron obligados a quedar en casa por el colapso de un muro de contención, uno de los varios naprincipales desastres que dejó la dana. Las reparaciones subsiguientes han sido criticadas por muchos: «Las soluciones fueron muy chapuceras», afirma Luque, que se pregunta cómo es posible que las infraestructuras, vitales para la seguridad de los vecinos, no hayan recibido la atención adecuada por parte de las autoridades.
En este escenario desolador, los habitantes de Los Moras están rodeados de barro, troncos y maleza, lo que impide cualquier tipo de actividad normal. Con los niños sin poder asistir a la escuela y los adultos temiendo por su seguridad en el camino, la desesperación se adueña del ambiente. Los habitantes han alzado la voz, pidiendo ayuda urgente a las administraciones locales y regionales para que se restablezca la conexión con Málaga y se garantice la seguridad de todos los que residen en la pedanía. «Es hora de actuar», afirman, con la esperanza de que su clamor no caiga en oídos sordos esta vez.
La calamidad que han experimentado los vecinos de Los Moras tras el colapso de su único puente es un reflejo alarmante de la desidia por parte de las autoridades ante la fragilidad de las infraestructuras en zonas rurales. No se puede dejar de lado la indignación que genera ver cómo una comunidad de apenas 200 personas se ve condenada a retornar a una realidad de aislamiento y peligro, reviviendo pesadillas pasadas que, en lugar de encontrar solución, parecen ser la norma. Tras la tormenta de noviembre y las promesas de reparación, la calidad de las obras realizadas resulta más que cuestionable: lo que debería haber sido un refuerzo efectivo se ha convertido en una mera chapuza, poniendo en riesgo la seguridad de los habitantes y evidenciando una falta de planificación y compromiso por parte de las autoridades locales que no deben ser pasadas por alto.
Es inaceptable que los ecos de las quejas de Francisco Luque y otros residentes no sean escuchados, y que el llamado a la acción de una comunidad vulnerable vuelva a caer en el olvido. No solo se trata de restablecer una conexión vital con Málaga, sino de garantizar la seguridad y el bienestar de un colectivo que ha enfrentado adversidades sin el respaldo adecuado. La historia de Los Moras debería ser un punto de inflexión: un recordatorio de que detrás de cada infraestructura fallida hay vidas afectadas. La solución pasa por priorizar el mantenimiento y la construcción de infraestructuras resilientes que no solo enfrenten los desastres, sino que, además, se proyecten a medida que cambia el clima. Es hora de que las administraciones comprendan que el verdadero progreso se mide no solo en la respuesta a desastres, sino en la anticipación y la gestión adecuada de las vulnerabilidades de sus ciudadanos.
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