La comunidad de La Isla, un pequeño núcleo de Campanillas, enfrenta, una vez más, la angustiante amenaza de inundaciones. Esta tarde, a las seis en punto, se activó la orden de desalojo impulsada por la Junta de Andalucía, como respuesta a la creciente preocupación por el desbordamiento del río Campanillas. A medida que las aguas continúan subiendo, agencias de Policía Local y Protección Civil recorren las calles adyacentes, buscando asegurar la evacuación y el bienestar de los residentes.
Los vecinos, entre ellos Javier y Eva, muestran una mezcla de resignación y frustración. Mientras muchos optan por albergar sus pertenencias y cuidar de sus animales, algunos, como Javier, han decidido buscar refugio temporal en el pabellón de Ciudad Jardín. Sin embargo, es innegable que la falta de soluciones a largo plazo agrava la sensación de indefensión en esta comunidad. «Cada vez que llueve fuerte, es lo mismo», se queja Javier, quien ha estado clamando por mejoras estructurales desde hace años. «La pasarela que hemos subestimado es un riesgo. Si solo contásemos con un puente, esto no estaría sucediendo», afirma, con un tono de descontento que refleja el sentir de muchos.
La expectativa de una noche sin sueño acecha a aquellos que han decidido quedarse. Con la experiencia de haber vivido situaciones peores en el pasado, muchos se ven envueltos en una amarga rutina que se repite con cada nuevo episodio de mal tiempo. Mientras los fuertes chaparrones continúan y las alertas se encienden, los habitantes de La Isla se preparan para lo que podría ser una larga noche, observando el río con una mezcla de ansiedad y esperanza.
Eva, quien también se enfrenta a la incertidumbre, se siente atrapada entre el deseo de proteger sus pertenencias y el imperativo de cuidar su seguridad. «La fuerza del agua se subestima muchas veces», advierte, compartiendo su inquietud por el posible desbordamiento. Con la falta de información adecuada por parte de las autoridades, el pánico se apodera de quienes han decidido no abandonar sus hogares. «La única información que tenemos es que se debe evacuar. ¿Pero adónde vamos? Necesitamos más detalles», sostiene.
La noche se cierne sobre el pequeño núcleo de La Isla, donde más de 20 familias enfrentan el desafío de aferrarse a la esperanza en tiempos de incertidumbre. Desde la oscuridad, las luces de los coches de policía y los servicios de emergencia brillan como un recordatorio de la lucha de esta comunidad, que, a pesar del malestar, se aferra a su hogar y a su identidad. Una identidad que, a pesar de las inundaciones, sigue viva y resistente, en espera de que las promesas de soluciones reales finalmente se conviertan en hechos.
La situación desesperante que viven los habitantes de La Isla en Campanillas es un claro reflejo de la falta de soluciones estructurales efectivas que continúan asolando nuestra comunidad frente a fenómenos naturales recurrentes. La evacuación forzosa, aunque necesaria, resalta cómo la falta de planificación urbanística y las promesas postergadas por parte de las autoridades convierten cada temporal en un episodio trágico y repetitivo. La identificación rápida de peligros y la activación de protocolos de emergencia son pasos a seguir, pero no pueden suplantar la urgencia de realizar mejoras significativas en la infraestructura. Una simple pasarela no es suficiente para mitigar el desbordamiento del río; es imperativo que se contemple una solución integral que aborde las causas del problema en lugar de limitarse a reaccionar ante sus consecuencias.
Además, la experiencia angustiante que viven estos ciudadanos, atrapados entre el desalojo y el miedo, evidencia una comunicación ineficaz por parte del gobierno y los servicios de emergencia. El clamor de Eva revela una necesidad urgente de claridad y asistencia adecuada ante situaciones críticas, algo que debería ser parte indispensable de cualquier protocolo de emergencia. Las familias de La Isla merecen más que instrucciones vagas sobre el desalojo; necesitan un plan concreto que contemple dónde deben ir y cómo se les cuidará durante y después del peligro. Es momento de que los gestores públicos adopten una visión proactiva, arriesguen recursos y se comprometan no solo a atender la crisis, sino a transformarla en un reto para crear un entorno más seguro y resiliente para el futuro.
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