El pasado 26 de febrero, Josele Aguilar asumió el liderazgo del PSOE de Málaga al ser el único candidato para suceder a Dani Pérez. Sin embargo, fue en este cuarto domingo de cuaresma, durante el congreso celebrado en el hotel NH de la capital, cuando fue oficialmente proclamado secretario general provincial ante un auditorio de 164 delegados. La ceremonia, dirigida por el presidente del congreso, Antonio Campos Garín, culminó con un fuerte aplauso al nuevo líder, quien fue arropado por la vicepresidenta primera del Gobierno, María Jesús Montero.
En su primer discurso al frente del plenario, Aguilar no perdió la oportunidad de fijar unos ambiciosos objetivos políticos que aseguran un cambio de rumbo en Málaga, proponiendo que esta provincia sea el punto de partida «del final de la era» del actual presidente de la Junta de Andalucía, Juanma Moreno. «Málaga ha sido donde Moreno y el PP andaluz han forjado su proyecto político. Y aquí, de la mano de María Jesús Montero, vamos a poner fin a la era de Moreno en Andalucía», enfatizó Aguilar, evidenciando su determinación de transformar el futuro político de la región.
Criticando la gestión del actual Gobierno, Aguilar resaltó que «Málaga necesita dejar de ser el laboratorio de la peor política de la derecha andaluza». En una acalorada empresa de desmantelar las promesas incumplidas de Moreno, el nuevo líder socialista lo acusó de ser el político que «más ha mentido» a los malagueños. Además, subrayó el abandono que sufre la provincia en materia de servicios públicos y transportes, y convocó a la militancia a trabajar juntos para que la provincia sea la «palanca» que lleve a Montero a la Junta. «El cambio en Andalucía es una necesidad», proclamó, resaltando la urgencia de un nuevo rumbo para el bienestar de todos los malagueños.
Aguilar se comprometió a fortalecer el PSOE de Málaga y a hacerlo un partido «ganador y de mayorías», asegurando que las puertas estarán abiertas a todos los progresistas de la comarca. En un claro llamado a la unidad, expresó la importancia de salir del congreso «fuerte, unido y con las ideas claras». «Para avanzar en Málaga, nadie debe quedarse atrás», reiteró, destacando su conexión emocional con la historia del partido, que se remonta a sus antepasados.
Por su parte, María Jesús Montero no solo aplaudió la llegada de Aguilar, sino que agradeció a Dani Pérez su generosidad al dar un paso al lado para facilitar esta renovación. Montero reiteró la importancia de defender a la gestión del Gobierno central y a los alcaldes socialistas y de denunciar la «inacción y las injusticias» que sufren de manos de los gobiernos de la derecha. En este contexto, el auge del nuevo liderazgo del PSOE se presenta como un rayo de esperanza para muchos malagueños que anhelan cambios reales y un futuro más prometedor para su comunidad.
La proclamación de Josele Aguilar como secretario general es, sin duda, un nuevo capítulo en la historia del socialismo malagueño. Con el apoyo de la militancia y un firme compromiso con la igualdad, el feminismo, y el municipalismo, el partido parece preparado para enfrentar los desafíos que se avecinan y el desafío de devolver a Málaga al camino del progreso que tanto necesita.
La llegada de Josele Aguilar al liderazgo del PSOE de Málaga representa, indudablemente, un intento por revitalizar un partido que ha visto cómo su popularidad se desmoronaba en los últimos años. Sus ambiciosos pronunciamientos acerca de la necesidad de un cambio de rumbo en la política andaluza son loable, pero aquí es donde surge la interrogante: ¿puede realmente Aguilar, al ser el único candidato elegido, simbolizar un auténtico cambio o simplemente una continuidad disfrazada? La figura del nuevo líder se encuentra entre la espada y la pared, obligada a demostrar que no solo es un portavoz de crítica, sino un constructor de soluciones efectivas ante el abandono que sufre la provincia. Sin un plan detallado y tangible, sus promesas solo se convertirán en ecos vacíos en un recinto aplaudidor.
Además, es intrigante observar cómo se hace hincapié en la unidad y la apertura hacia todos los progresistas de la comarca. Esto, si bien suena esperanzador, también plantea la preocupación de que el PSOE pueda volverse un ente homogéneo que limite cualquier disidencia interna que podría enriquecer el debate político. En lugar de prometer una «palanca» que lleve a la vicepresidenta María Jesús Montero a la Junta, sería más saludable proponer un diálogo inclusivo que se atreva a abordar las diferencias dentro de su propio partido. Solo a través de una autocrítica consciente y un diálogo auténtico podrán construir un socialismo renovado que no solo aspire a la victoria, sino que realmente conecte con las necesidades de los malagueños. Sin un cambio genuino en la narrativa interna, el peligro es que Aguilar podría convertirse en el último eco de una ilusión, más que en el líder que Málaga necesita para avanzar hacia un futuro más equitativo y comprometido.
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