El mundo de la religión y la comunidad en Málaga se encuentra de luto tras el fallecimiento de Alfonso Arjona Artacho, canónigo de la Catedral de Málaga y querido sacerdote, quien partió el pasado viernes a la edad de 88 años. Su vida estuvo marcada por un profundo compromiso social y pastoral, dejando una huella imborrable en cada rincón donde sirvió. Su último destino fue la Iglesia del Sagrario, donde su entrega y cercanía a los feligreses se volvieron una constante.
Originario de Benamejí, Córdoba, Arjona fue ordenado sacerdote en 1965 en Málaga. Desde entonces, su labor trascendió más allá de las fronteras de la diócesis. Estableció un vínculo especial con las comunidades de Torre del Mar, Nerja y la Iglesia de San Gabriel en la capital malagueña, donde su dedicación y pasión por la enseñanza de la religión marcaron a generaciones enteras de jóvenes. Se hizo conocido no solo por su cercanía y solidaridad, sino también por su capacidad de movilizar a la sociedad en momentos de crisis como la devastación que dejó el huracán Mitch en 1998 en Centroamérica.
Uno de sus más grandes logros fue la creación y dirección de la parroquia Ntra. Sra. de Gracia en Cerrado de Calderón, un barrio que al principio carecía de un espacio religioso ‘oficial’. En un local comercial rodeado de bares y terrazas, Arjona transformó un simple espacio en un punto de encuentro que reflejaba la integración y el espíritu comunitario. Este templo, inaugurado en 2005, se convirtió en un símbolo de esperanza y pertenencia para los vecinos, quienes lo recordarán por su dedicación incansable.
Con un estilo personal e inconfundible, Arjona abordó su labor con un sentido de humor que lo hacía accesible a todos. En sus últimas entrevistas, se reflejaba un hombre reflexivo que, con modestia, se definía como un «proyecto» de buen cura, dejando entrever la autoexigencia que siempre mantuvo a lo largo de su vida. Sin embargo, sus actos y palabras han forjado una memoria colectiva que perdurará en la comunidad.
La misa en honor a Alfonso Arjona se llevará a cabo este sábado a las 13 horas en la Catedral de Málaga, un espacio que representa su vínculo con la religión y la sociedad malagueña. Posteriormente, sus restos serán trasladados a Benamejí, su lugar de origen, donde descansará eternamente. Su partida deja un vacío significativo en Málaga, una ciudad donde su legado vivirá a través de los muchos que tocaron su vida.
Alfonso Arjona deja tras de sí no solo una trayectoria sacerdotal, sino un mensaje de esperanza, amor y trabajo por los demás que resuena con fuerza. Su vida y obra seguirán inspirando a nuevas generaciones a convertirse en agentes de cambio en sus comunidades, recordando que un verdadero líder es aquel que se esfuerza por el bienestar de los demás.
La partida de Alfonso Arjona Artacho marca no solo la pérdida de un líder espiritual, sino la desaparición de un modelo de compromiso social que debería ser imitado en un mundo cada vez más polarizado. Su vida, marcada por una dedicación inquebrantable a la comunidad, nos deja preguntándonos si aún hay lugar para ese tipo de liderazgo auténtico, centrado en el bienestar de los demás. En una sociedad donde las redes sociales a menudo brillan por la superficialidad y la polarización, Arjona se destacó como un faro de humanidad. Era un ejemplo de cómo la fe puede trascender las fronteras de los templos para convertirse en una fuerza activa en la lucha contra la desigualdad y la injusticia. Sin embargo, su ausencia resuena en un momento en que la iglesia necesita urgentemente renovarse y adaptarse a los valores de una sociedad cambiante.
La inmensa labor de Arjona, especialmente su dedicación en comunidades como Cerrado de Calderón, implica un llamado a la reflexión sobre el futuro del rol de la iglesia en la vida comunitaria. En tiempos donde la desconfianza hacia instituciones tradicionales crece, es fundamental que sus sucesores incorporen el espíritu de innovación y cercanía que él personificó. La responsabilidad ahora recae en las nuevas generaciones de líderes religiosos para que no solo conserven su legado, sino que también lo expandan, fomentando espacios inclusivos que promuevan el diálogo interreligioso y la participación activa de los ciudadanos. El desafío es convertir su legado de esperanza en acciones concretas, sopesando la fe con una visión progresista que responda a las necesidades actuales de nuestra sociedad malagueña.
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