El mercado inmobiliario en Málaga sigue fomentando una paradoja fascinante: mientras la demanda de vivienda se mantiene alta, la oferta no logra satisfacerla. En este contexto, los precios continúan su ascenso, convirtiendo la búsqueda de un hogar en una auténtica odisea para muchos malagueños. Con datos del Ministerio de la Vivienda en mano, queda claro que desde 2014, el precio por metro cuadrado no ha hecho más que crecer, con la notable excepción del periodo de confinamiento en 2020.
A esta situación se suma el auge de la vivienda turística. En barrios como el céntrico, más de la mitad de las propiedades están destinadas a alquiler vacacional, lo que acentúa la saturación del mercado y eleva aún más los precios. Un barrio que solía ser accesible se ha transformado en un lugar donde el alquiler a corto plazo se convierte en norma, dejando a los residentes locales luchando por encontrar un techo a precios razonables. Este fenómeno urbano ha creado un «caldo de cultivo» donde el metro cuadrado se tasan a precios que a veces incluso roza lo absurdo en ciertas zonas.
En medio de esta vorágine, presentamos un interesante estudio de 54 metros cuadrados que está siendo comercializado a más de cuatrocientos mil euros. Este espacio compacto cuenta con una cocina integrada, un salón con vistas al emblemático Pompidou y un dormitorio tímidamente dividido. A pesar de su tamaño reducido, la sensación de lujo se hace notar con acabados de mármol y muebles de diseño. Vivir aquí no solo implica tener un hogar, sino un estatus; es, en cierto sentido, convertirse en parte de la imagen aspiracional que muchos buscan en la Costa del Sol.
La legislación vigente, como el Plan General de Ordenación Urbanística (PGOU), establece que las viviendas deben tener un tamaño mínimo de 30,5 metros cuadrados. No obstante, se ha visto una tendencia a combinar pequeños estudios para cumplir con esta norma y permitir la comercialización. Así, dos diminutos estudios de 23 y 22 metros cuadrados se presentan como una oportunidad «única» para inversionistas y turistas por igual. Con características básicas, pero con una ubicuidad envidiable, estos espacios parecen ser una solución ante la presión del mercado, aunque con una carga que deja entrever la realidad de vivir en Málaga.
Así se dibuja el panorama de la vivienda en Málaga: un mercado en constante atención donde el lujo se mezcla con la escasez y la especulación inmobiliaria. La búsqueda de un hogar adecuado se complica en un ambiente tanto atractivo como hostil para muchos. Al final, la pregunta que queda en el aire es: ¿por cuánto tiempo más podrán los malagueños soportar este juego de oferta y demanda, en un escenario donde el hogar se convierte en un bien de lujo en vez de un derecho básico?
El mercado inmobiliario en Málaga se encuentra atrapado en una espiral donde el lujo y la escasez se entrelazan de forma preocupante. A medida que los precios por metro cuadrado aumentan y las viviendas asequibles se vuelven un espejismo, se plantea una cuestión crítica sobre la viabilidad de que los malagueños mantengan su identidad en la ciudad. Este fenómeno no es nuevo, sin embargo, la creciente predominancia de las viviendas turísticas como mecanismo de especulación coloca a muchos lugareños en una posición precaria. La coexistencia de un creciente turismo con un mercado de vivienda restringido revela la falta de un abordaje equilibrado por parte de las autoridades, y en este contexto, nos preguntamos: ¿quién protege a los residentes que han hecho de Málaga su hogar?
Más que un simple incremento en los precios, la comercialización de espacios diminutos a precios desorbitados se hace eco de una cultura donde el estatus se mide en metros cuadrados y vistas a lugares emblemáticos. Este enfoque distorsiona la noción misma de lo que significa “hogar”, transformando la vivienda en un símbolo elitista en lugar de un derecho accesible. La solución a esta crisis reside no solo en políticas que regulen el mercado turístico, sino también en una visión de urbanismo que considere la diversidad y las necesidades de todos los habitantes de Málaga. Solo de esta manera podremos aspirar a regenerar un tejido social saludable, donde el acceso a la vivienda no se considere un lujo, sino una condición básica para el bienestar de la comunidad.
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