La postal de bienvenida a la Costa del Sol, esa que antaño mostraba un aeropuerto bullicioso y eficiente, ha mutado sutilmente. La realidad golpea ahora con la imagen, cada vez más frecuente, de personas buscando refugio en sus terminales. Ante el incremento de individuos sin techo que pernoctan en sus instalaciones, el Aeropuerto de Málaga-Costa del Sol ha decidido implementar medidas de restricción de acceso durante la noche, sumándose a una tendencia ya observada en otros aeropuertos españoles como Barajas, Barcelona y Palma de Mallorca. A partir de esta noche, entre las 23:00 y las 04:00 horas, el acceso a las terminales quedará limitado a personal autorizado, pasajeros con tarjeta de embarque y sus acompañantes.
La decisión, según fuentes de Aena, se justifica por la necesidad de mitigar los problemas de insalubridad y convivencia que genera la presencia de estas personas, especialmente entre el personal que trabaja de cara al público y los propios viajeros. Se han reportado incidentes, que van desde pequeños hurtos hasta situaciones de tensión, que han encendido las alarmas de las autoridades aeroportuarias. Aunque la semana pasada se minimizaron las cifras, la presión ejercida por el aumento constante ha resultado en un cambio de rumbo obligado. La medida busca, en definitiva, devolver la normalidad a un espacio diseñado para el tránsito de personas, no para servir como albergue improvisado.
La realidad es cruda: aproximadamente una cuarta parte de las personas sin hogar de Málaga capital encuentran refugio en el aeropuerto, unas 50 personas de media, según diversas estimaciones, frente a las 220 que duermen en las calles de la ciudad. Esta cifra evidencia una problemática social profunda que trasciende los muros del aeródromo. El aeropuerto, principal puerta de entrada del turismo internacional a la Costa del Sol, se ha convertido, paradójicamente, en un escaparate de la exclusión social. Mientras los turistas llegan ansiosos por disfrutar del sol y la playa, otros luchan por sobrevivir en el frío suelo de la terminal. Las nuevas restricciones, si bien buscan mejorar la seguridad y la higiene, plantean interrogantes sobre el destino de estas personas y la necesidad urgente de soluciones integrales por parte de las administraciones. ¿Dónde encontrarán cobijo ahora? ¿Se intensificarán los esfuerzos para ofrecerles alternativas habitacionales dignas? La respuesta a estas preguntas definirá el verdadero rostro de Málaga en los próximos meses.
El cierre nocturno del aeropuerto de Málaga a personas sin hogar es, en esencia, un parche que intenta ocultar una herida social purulenta. Aplaudir la medida como una solución a los problemas de «insalubridad y convivencia» es una simplificación peligrosa que elude la verdadera cuestión: el fracaso estrepitoso de las políticas de inclusión social en Málaga. Si bien es comprensible la preocupación por la imagen que proyecta el aeropuerto a los turistas, ¿acaso la solución pasa por invisibilizar a los más vulnerables, relegándolos a las sombras? ¿No sería más honesto y efectivo invertir esos recursos en alternativas habitacionales dignas y programas de reinserción, en lugar de desplazar el problema a otro lugar, probablemente menos visible pero igual de lacerante?
La imagen del aeropuerto como refugio nocturno, por desalentadora que sea, nos obliga a confrontar una realidad incuestionable: la desprotección sistémica a la que se enfrentan las personas sin hogar en nuestra ciudad. Celebrar la «normalidad» recuperada en las terminales, mientras decenas de personas son expulsadas a la intemperie, es un acto de hipocresía colectiva. Aena, en su legítimo afán por mantener el orden, no puede cargar con la responsabilidad que compete a las administraciones públicas. Urge un plan integral que aborde las causas profundas de la exclusión social, un plan que no se limite a ofrecer soluciones paliativas, sino que ataque la raíz del problema y garantice una vida digna para todos los malagueños, con o sin billete de avión.
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