Málaga, 9 de junio de 2025 – El Tribunal Constitucional (TC) se encuentra en la encrucijada más trascendental de su reciente historia. Mañana martes, sus magistrados se sumergirán de lleno en el análisis de la controvertida Ley de Amnistía, una norma que ha fracturado la sociedad española y que promete generar un debate jurídico de proporciones épicas. La ponencia de la vicepresidenta Inmaculada Montalbán, que en principio avala la constitucionalidad de la ley que pretende borrar los delitos relacionados con el «procés», actuará como detonante de una sesión que se anticipa maratoniana y cargada de tensión.
El Partido Popular, convertido en el principal opositor a la norma, ha intensificado su ofensiva legal en las últimas semanas. Alberto Núñez Feijóo y su equipo no se rinden y, ante la inminencia del debate, han presentado una batería de recursos con el objetivo de dilatar o, incluso, frenar la decisión del TC. Solicitan, ni más ni menos, que se suspenda el debate hasta que el Tribunal de Justicia de la Unión Europea (TJUE) emita su dictamen sobre las cuestiones prejudiciales planteadas por otros tribunales españoles. Una petición que, de ser atendida, supondría un auténtico terremoto político y judicial.
Pero el PP no se detiene ahí. Han puesto en tela de juicio la imparcialidad del presidente del TC, Cándido Conde-Pumpido, argumentando que las opiniones vertidas por su esposa, la ex vocal del Consejo General del Poder Judicial Clara Martínez de Careaga, en un informe sobre la Ley de Amnistía, podrían influir en su juicio. Una acusación grave que añade más leña al fuego y que podría derivar en un conflicto institucional de gran envergadura. El Senado, por su parte, ha instado al TC a elevar una consulta prejudicial al TJUE, al identificar hasta siete puntos de la ley que podrían entrar en conflicto con el Derecho de la Unión Europea.
Todo apunta a que el Constitucional rechazará las peticiones del PP y del Senado. En un auto, ponencia de Montalbán, el TC prevé rechazar todas las peticiones formuladas por el PP y la Cámara Alta a los que reprocha realizar las citadas solicitudes «una vez que el proceso constitucional se encuentra ya concluso para sentencia». Sin embargo, el debate no se antoja sencillo. Los magistrados del bloque conservador, encabezados por César Tolosa, Enrique Arnaldo y Concepción Espejel, han manifestado sus dudas sobre la constitucionalidad de la Ley de Amnistía y han propuesto elevar una consulta al TJUE o, en su defecto, posponer el debate hasta que el tribunal europeo se pronuncie. La división interna en el seno del TC es palpable y el resultado final de la votación es, a día de hoy, una incógnita.
La aprobación de la Ley de Amnistía tendría consecuencias de gran calado en el panorama político y judicial español. Beneficiaría a cientos de personas implicadas en el «procés», incluyendo a los líderes independentistas que fueron condenados por sedición y malversación de fondos públicos. Borraría sus antecedentes penales y les permitiría volver a ocupar cargos públicos. Pero más allá de las consecuencias individuales, la ley plantea interrogantes sobre el futuro del Estado de Derecho en España. ¿Puede una mayoría parlamentaria borrar los delitos cometidos en el pasado? ¿Qué mensaje se envía a la sociedad cuando se premia a quienes han desafiado la Constitución y la legalidad vigente?
Las respuestas a estas preguntas son complejas y controvertidas. Los partidarios de la amnistía argumentan que es necesaria para superar el conflicto catalán y abrir una nueva etapa de diálogo y reconciliación. Sus detractores, por el contrario, sostienen que la ley es un ataque a la separación de poderes y que sienta un peligroso precedente para el futuro. En definitiva, el debate sobre la Ley de Amnistía es mucho más que un simple debate jurídico. Es un debate sobre los valores fundamentales de la democracia y sobre el modelo de convivencia que queremos para España.
El choque anunciado entre el Tribunal Constitucional y la Ley de Amnistía no es meramente una colisión de trenes jurídicos, sino una **profunda grieta que amenaza la estabilidad del sistema democrático español**. Asistimos, con inquietud, a una instrumentalización política del debate jurídico, donde la legitimidad de las instituciones se pone en entredicho en función de intereses partidistas. Que el PP apele a instancias europeas e incluso cuestione la imparcialidad del presidente del TC, Cándido Conde-Pumpido, revela una estrategia de bloqueo que, independientemente de la validez de sus argumentos, mina la confianza ciudadana en el Estado de Derecho. La judicialización extrema de la política, lejos de ofrecer soluciones, alimenta la polarización y dificulta la búsqueda de consensos necesarios para afrontar los desafíos territoriales y sociales que enfrenta España. Se exige, por tanto, un ejercicio de responsabilidad por parte de todos los actores implicados, priorizando el diálogo y el respeto a las resoluciones judiciales, por controvertidas que estas sean.
Más allá de las implicaciones legales y los potenciales beneficios para los implicados en el «procés», la Ley de Amnistía plantea una cuestión fundamental: **¿hasta qué punto puede una mayoría parlamentaria modificar la memoria colectiva y reescribir la historia?** Si bien es cierto que el perdón y la reconciliación son pilares esenciales para la convivencia, la amnistía no puede convertirse en un cheque en blanco para legitimar acciones que socavan el orden constitucional. Resulta imperativo que el debate se centre en la defensa de los valores democráticos y en el fortalecimiento de las instituciones, evitando caer en la trampa de la simplificación y la propaganda. Solo así se podrá garantizar un futuro donde la ley sea un instrumento de justicia y no una herramienta al servicio de intereses particulares o ideologías excluyentes. Málaga, como crisol de culturas y ejemplo de convivencia, tiene mucho que aportar a este debate, promoviendo el entendimiento y la búsqueda de soluciones que beneficien al conjunto de la sociedad española.
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