La controversia ha estallado en el Congreso de los Diputados después de que la Mesa, con el apoyo crucial del PSOE y Sumar, haya revocado la autorización para la celebración de un acto organizado por la Fundación Enraizados, titulado ‘Lo que aporta la fe católica a España y a Europa’. La decisión, que ha levantado ampollas en determinados sectores, se produce a escasos días de la fecha prevista para el evento, generando un clima de tensión política y acusaciones cruzadas. La justificación oficial para la cancelación radica en la supuesta ocultación de información relevante por parte de los organizadores, específicamente la utilización de una imagen de la cruz del Valle de los Caídos en la promoción del foro, interpretada por algunos como una posible apología del franquismo.
Inicialmente, la Mesa del Congreso había dado luz verde a la celebración del acto, que prometía ser un espacio de reflexión sobre la importancia de la fe católica en la historia y el futuro de España y Europa. Sin embargo, tras un análisis más detallado del material promocional y del perfil de algunos de los participantes, el PSOE y Sumar expresaron su preocupación por la posibilidad de que se vertieran discursos contrarios a los valores constitucionales. Entre los ponentes confirmados se encontraban figuras destacadas como el obispo emérito de Alcalá de Henares, Juan Antonio Reig Plá; el conocido impulsor del Rosario de Ferraz, José Andrés Calderón; y la concejala de Vox en el Ayuntamiento de Madrid, Carla Toscano, cuyo papel en la promoción de la moción sobre el «síndrome postaborto» había generado controversia. La abstención del PP en la votación final permitió que la propuesta de revocar la autorización saliera adelante.
La decisión del Congreso ha provocado una oleada de reacciones. Desde la Fundación Enraizados se ha calificado la cancelación como un «ataque a la libertad de expresión y religiosa», denunciando una supuesta «censura ideológica» por parte de la izquierda. En contraposición, los partidos que apoyaron la revocación han defendido su postura argumentando que el Congreso no puede convertirse en un altavoz para discursos que pongan en cuestión los principios democráticos y los derechos fundamentales. El incidente ha reabierto el debate sobre los límites de la libertad de expresión y la neutralidad ideológica de las instituciones públicas. La Fundación Enraizados ha anunciado que está estudiando posibles acciones legales para denunciar lo que consideran una «vulneración de sus derechos», mientras que el Congreso se prepara para afrontar las posibles críticas y consecuencias políticas derivadas de esta polémica decisión. El acto, inicialmente planeado para el lunes, queda ahora en suspenso, a la espera de un posible traslado a otra ubicación o de una cancelación definitiva.
La crispación política actual parece permear cada resquicio de la vida pública, y la cancelación del acto de la Fundación Enraizados en el Congreso es un claro ejemplo. Si bien es comprensible la cautela ante cualquier posible apología del franquismo –una lacra que aún pesa sobre nuestra democracia–, resulta preocupante la facilidad con la que se recurre a la censura preventiva como herramienta política. La decisión, impulsada por PSOE y Sumar, levanta interrogantes sobre la verdadera amplitud de la libertad de expresión en un contexto donde la sensibilidad histórica se utiliza, a menudo, como arma arrojadiza. Más allá de la validez de las razones esgrimidas, se genera una sensación de inseguridad jurídica y de arbitrariedad que erosiona la confianza ciudadana en las instituciones.
Sin embargo, también es cierto que la Fundación Enraizados, al parecer, no actuó con total transparencia, ocultando información relevante sobre la simbología utilizada. Esta falta de honestidad, de ser confirmada, deslegitima en parte sus denuncias de «censura ideológica» y lesiona la credibilidad del debate público. En lugar de recurrir a la manipulación y a la ocultación, deberían haber apostado por la claridad y la apertura, facilitando así un diálogo honesto y constructivo. El incidente revela una vez más la necesidad de fortalecer los mecanismos de control y transparencia en la organización de eventos en espacios públicos, garantizando que todas las voces puedan ser escuchadas, pero siempre dentro de los límites del respeto a la Constitución y a la memoria democrática.
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