La inmigración, un tema siempre candente en el debate político, vuelve a ocupar el centro del escenario. Alberto Núñez Feijóo, líder del Partido Popular, presentará mañana en Barcelona un ambicioso Plan de Inmigración que promete un cambio significativo en la gestión de los permisos de residencia por arraigo. La propuesta, que busca «recuperar» el carácter «excepcional» de esta vía, ha generado un torbellino de reacciones y plantea interrogantes clave sobre el futuro de la integración en España.
El corazón del plan reside en la firme convicción de que el arraigo ha dejado de ser una herramienta excepcional para convertirse en una vía de acceso «automática» a la residencia. Según fuentes del PP, esta situación ha desincentivado la inmigración regular, creando un sistema donde «es más fácil entrar de manera ilegal y posteriormente acogerse al arraigo que inmigrar legalmente». Esta visión, que choca frontalmente con las políticas migratorias actuales, propone un endurecimiento de los requisitos para acceder a la residencia por arraigo, priorizando el «mérito» y la «contribución» a la sociedad española. Para quedarse, según el PP, hay que contribuir.
La propuesta del PP no se limita a endurecer los requisitos para el arraigo. El plan contempla la creación de un «régimen transitorio» basado en un sistema de puntos para aquellos extranjeros en situación irregular que se encuentren actualmente en España. Este sistema, que evaluará individualmente cada caso, premiará el trabajo, la cotización y el «esfuerzo real de integración». Sin embargo, también actuará como un filtro implacable, excluyendo a aquellos con antecedentes penales. ¿Se convertirá este sistema de puntos en una oportunidad real para la regularización o en una barrera infranqueable para aquellos que luchan por construir una vida en España? La respuesta a esta pregunta marcará el futuro de miles de personas.
El Plan de Inmigración del PP va más allá del arraigo. Tal y como adelantó Alma Ezcurra, vicesecretaria general de Coordinación Sectorial del PP, el plan también contempla la «pérdida automática de la residencia a todos los criminales que tengan un vínculo radical o un vínculo criminal violento». Esta medida, que busca enviar un mensaje contundente contra la delincuencia y el extremismo, se enmarca en una visión general que prioriza «el orden y la ley» en la gestión de la inmigración. «La entrada legal tiene que ser el empleo», sentenció Ezcurra, marcando un claro distanciamiento con las políticas migratorias actuales.
La presentación del Plan de Inmigración del PP mañana en Barcelona promete abrir un nuevo capítulo en el debate migratorio español. Un debate que, sin duda, seguirá generando controversia y polarización en los próximos meses.

El anunciado endurecimiento de los permisos de arraigo por parte del PP no es simplemente una vuelta de tuerca a la política migratoria, sino un síntoma de la creciente instrumentalización del fenómeno migratorio con fines políticos. Reducir el debate a la dicotomía entre «arraigo como excepción» versus «arraigo como atajo» es una simplificación peligrosa que ignora las complejas realidades sociales y económicas que impulsan la migración. ¿No deberíamos, en cambio, plantearnos por qué nuestro sistema no ofrece vías legales de acceso al empleo dignas y accesibles para personas que, con su trabajo, contribuyen al sostenimiento de nuestra sociedad? El discurso del «mérito» y la «contribución» oculta, demasiadas veces, una visión utilitarista y excluyente que deshumaniza a quienes buscan un futuro mejor en nuestro país.
El sistema de puntos propuesto, si bien pretende ser una herramienta de evaluación individualizada, corre el riesgo de convertirse en una nueva forma de burocracia kafkiana y discriminatoria. ¿Cómo se medirá el «esfuerzo real de integración»? ¿Qué criterios se utilizarán para determinar si una persona «merece» la oportunidad de regularizar su situación? La retórica del «orden y la ley», si se aplica de forma inflexible y descontextualizada, puede acabar criminalizando la pobreza y la vulnerabilidad, generando aún más exclusión y marginalidad. En lugar de construir muros y levantar barreras, deberíamos apostar por políticas migratorias integrales y humanas que fomenten la inclusión social y el respeto a los derechos fundamentales de todas las personas, independientemente de su origen o situación administrativa.
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