A tan solo unas horas de la manifestación liderada por Alberto Núñez Feijóo, el Partido Popular se enfrenta a una fisura interna que amenaza con desviar la atención de su principal objetivo: evidenciar la debilidad del gobierno de Sánchez. La Conferencia de Presidentes del jueves, concebida como una demostración de fuerza autonómica popular, se ha visto ensombrecida por la controvertida actitud de la presidenta de la Comunidad de Madrid, Isabel Díaz Ayuso.
La idea inicial, coordinada desde la dirección nacional, era que los 11 presidentes autonómicos del PP solicitaran la convocatoria de elecciones anticipadas, buscando así capitalizar el control que ejercen sobre el 71% del territorio nacional. El objetivo era claro: proyectar una imagen de unidad y poderío institucional, contrarrestando el debate sobre la vivienda y la polémica de los «pinganillos» en el Congreso. Sin embargo, la estrategia ha sufrido un revés inesperado.
Mientras que la petición coordinada de elecciones logró cierto eco, fue el gesto de Ayuso, abandonando la sala durante las intervenciones en euskera y catalán del lehendakari Pradales y el president Illa, lo que acaparó la atención mediática. Esta acción, calificada por algunos dentro del propio PP como «un error», ha generado malestar y críticas. Diversos presidentes autonómicos han expresado en privado su descontento, considerando que la actitud de la presidenta madrileña ha desviado el foco del mensaje principal y ha beneficiado la estrategia del gobierno de central.
«Buscaba un protagonismo que no le correspondía», se lamenta un barón popular, subrayando la preocupación por la falta de una «unidad de acción institucional completa». Si bien la mayoría de los presidentes del PP comparten la crítica al uso de traductores simultáneos en un foro donde todos los participantes hablan español, muchos consideran que el desplante de Ayuso fue innecesario y contraproducente. La falta de coordinación en este tema ha generado frustración en algunas baronías, que ven cómo su mensaje ha quedado diluido por la gestualidad de la presidenta madrileña. La controversia ha abierto un debate interno sobre la efectividad de la estrategia comunicativa del partido y la necesidad de una mayor cohesión entre sus líderes territoriales. El próximo sábado, la manifestación convocada por Feijóo se presenta como una oportunidad para cerrar filas y reafirmar la unidad del PP, pero la sombra del debate generado por la actitud de Ayuso planea sobre el partido.
El enésimo episodio protagonizado por Isabel Díaz Ayuso en la Conferencia de Presidentes no es un simple desliz de protocolo, sino un síntoma preocupante de la deriva personalista que acecha al Partido Popular. La búsqueda constante de protagonismo individual, por encima de la estrategia colectiva, no solo erosiona la imagen de unidad que Feijóo intenta proyectar, sino que además ofrece munición gratuita al gobierno de Sánchez. Es irónico que, precisamente en un momento en que la formación popular pretende capitalizar el descontento social y la debilidad del ejecutivo central, sea la propia Ayuso quien socave sus cimientos con gestos innecesarios y polarizadores. Más allá del debate sobre la legitimidad de las lenguas cooficiales en un foro estatal, la verdadera cuestión reside en la incapacidad del PP para alinear los intereses individuales con los objetivos del partido, un fallo que podría costarles caro en el futuro.
La reacción interna ante el «desplante» de Ayuso revela una profunda fractura entre las baronías territoriales y la dirección nacional. Mientras algunos presidentes autonómicos ven con frustración cómo su mensaje se diluye en la vorágine mediática generada por la presidenta madrileña, otros observan en silencio, quizás calculando cuándo y cómo aprovechar esta nueva grieta en el liderazgo de Feijóo. La manifestación del sábado se presenta como una prueba de fuego para el PP, una oportunidad para demostrar si la unidad es algo más que un eslogan vacío. Sin embargo, la sombra de Ayuso, y su capacidad para eclipsar cualquier intento de cohesión, planea sobre el partido, dejando en evidencia la urgente necesidad de un debate honesto sobre la identidad y el rumbo del Partido Popular en la era post-Casado. Quizás, la solución pase por dejar de tratar las diferencias como debilidades y empezar a gestionarlas como una riqueza plural que, bien encauzada, podría fortalecer el proyecto político común.
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