Madrid, 8 de octubre de 2025 – En una jornada maratoniana y plagada de tensión, el Congreso de los Diputados ha dado luz verde a la controvertida Ley de Movilidad Sostenible, un texto que ha dividido al hemiciclo y cuya aprobación pendió de un hilo hasta el último momento. La ausencia inesperada de un diputado del Partido Popular, sumada a la abstención agónica de Podemos, fueron los ingredientes clave de un desenlace que pocos pronosticaban. El fantasma del bloqueo de 10.000 millones de euros provenientes de fondos europeos parece haberse disipado, al menos por ahora.
El acuerdo ‘in extremis’ entre el Gobierno y Podemos, que desbloqueó la votación, gira en torno a la ampliación del Aeropuerto de El Prat. Según fuentes de la formación morada, el Ejecutivo se ha comprometido a «aplazar las obras al menos hasta 2031», una declaración que contrasta con la ambigüedad del comunicado oficial del Ministerio de Transportes, que habla de un proceso de información pública «especialmente intenso». ¿Estamos ante un aplazamiento indefinido disfrazado de diálogo, o ante una verdadera renuncia al proyecto? La respuesta, como suele ocurrir en política, se desvelará con el tiempo.
La polémica no se limita a El Prat. La ausencia del diputado popular, Guillermo Mariscal, de viaje de luna de miel, ha desatado una tormenta de acusaciones cruzadas. Mientras el PP denuncia un supuesto trato de favor a un diputado socialista en el pasado, por un viaje para ver un partido de futbol de Champions, la Mesa del Congreso se defiende argumentando que el voto telemático no era procedente en este caso. ¿Un simple error administrativo o una estrategia deliberada para facilitar la aprobación de la ley? Las especulaciones están a la orden del día. La escasa regulación de la votación telemática sigue siendo un punto conflictivo en el reglamento del Congreso, permitiendo interpretaciones que socavan la transparencia y la equidad en las votaciones.
Más allá de la polémica, la Ley de Movilidad Sostenible llega con críticas desde diferentes flancos. Los socios de investidura del Gobierno, a pesar de apoyar finalmente el texto, han lamentado su «falta de ambición». Podemos, por su parte, considera que el proyecto inicial era «mucho peor» y que solo «tarde y mal» el Ministerio de Transportes ha introducido cambios demandados por la sociedad civil. La oposición frontal del PP y Vox, que votaron en contra, se basa en la supuesta ineficacia de la ley para impulsar la economía y en su carácter «ideológico». En esencia, la ley busca descarbonizar el transporte, promover el uso de energías renovables y fomentar la movilidad activa (andar, bicicleta), pero su impacto real está por verse. La concreción de las medidas y la asignación de recursos suficientes serán cruciales para determinar su éxito.
El futuro de la movilidad en España se juega en los próximos años. La Ley de Movilidad Sostenible, a pesar de sus imperfecciones y de las controversias que la rodean, representa un paso adelante en la búsqueda de un modelo de transporte más respetuoso con el medio ambiente. Sin embargo, la verdadera prueba de fuego será su implementación y la capacidad del Gobierno para superar las resistencias y los intereses creados que se oponen a un cambio real. La sociedad malagueña, con sus desafíos particulares en materia de transporte público y congestión de tráfico, observará con atención el desarrollo de esta ley y sus posibles efectos en la vida cotidiana.
La Ley de Movilidad Sostenible, nacida entre estertores parlamentarios y acuerdos ‘in extremis’, deja un regusto agridulce. Si bien la mera aprobación aleja el fantasma de la pérdida de fondos europeos, la rocambolesca gestación de la norma, marcada por la abstención agónica de Podemos y la sonrojante ausencia de un diputado popular, proyecta una sombra de legitimidad cuestionable sobre un texto que debería sentar las bases de la movilidad del futuro. Más allá de los dimes y diretes políticos, la clave reside en si este parto complicado dará a luz a una legislación realmente transformadora o si, por el contrario, quedará reducida a un mero parche para contentar a Bruselas y acallar las crecientes demandas ciudadanas por un transporte más sostenible.
La falta de ambición señalada por los socios de investidura es, quizás, el mayor pecado de esta ley. Descarbonizar el transporte y fomentar la movilidad activa son objetivos loables, pero insuficientes si no se acompañan de medidas concretas, presupuestos generosos y una voluntad política inquebrantable. La ambigüedad en torno a proyectos polémicos como la ampliación del aeropuerto de El Prat solo alimenta la desconfianza y la sensación de que, una vez más, se priorizan los intereses cortoplacistas sobre la planificación a largo plazo. En Málaga, donde la congestión del tráfico y la dependencia del vehículo privado son problemas acuciantes, urge un compromiso real con alternativas de transporte público eficientes y accesibles, más allá de meras declaraciones de intenciones.
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