El año 2024 se despide dejando tras de sí cifras que marcan un hito en la historia de la migración irregular hacia España. Con un total de 63.970 migrantes arribando al país, se ha registrado un incremento del 12,5% en comparación con el año anterior, reafirmando la condición de España como puerta de entrada a Europa. Esta cifra, muy cercana al récord de 2018 cuando llegaron 64.298 personas, pone de manifiesto la continua presión migratoria en un contexto europeo que aún lucha con las consecuencias de crisis humanitarias en diversas partes del mundo.
El archipiélago de Las Islas Canarias se ha convertido en el principal destino para aquellos que buscan alcanzar el continente europeo. Durante 2024, 46.843 migrantes llegaron al archipiélago, lo que representa un asombroso 17,4% más que el año anterior. Este aumento no solo refleja la creciente afluencia, sino también un cambio en las rutas migratorias, donde la ruta atlántica ha superado a otros caminos tradicionales, como la ruta mediterránea.
A pesar de que el número de embarcaciones que intentaron alcanzar las costas canarias disminuyó ligeramente, con 1.807 arribos, el volumen de personas que lograron cruzar las aguas ha aumentado significativamente. Esto sugiere que, aunque hay menos intentos, los que se llevan a cabo son en su mayoría exitosos. Este fenómeno pone de relieve la desesperación que asola a muchas comunidades africanas, que ven en la travesía marítima una opción cada vez más arriesgada pero necesaria.
Las ciudades autónomas de Ceuta y Melilla, tradicionalmente puntos neurálgicos de la migración hacia Europa, también han experimentado cambios notables. Si bien las llegadas por vía marítima han decrecido, el número de migrantes que han conseguido cruzar las vallas de estas ciudades se ha disparado en un 114,5%, alcanzando un total de 2.647 en 2024. Este incremento pone de manifiesto la adaptabilidad y la resiliencia de quienes buscan un nuevo hogar, dispuestos a enfrentar peligros enormes en su camino hacia la seguridad.
La llegada masiva de migrantes ha reavivado un intenso debate en la sociedad española. Según el Centro de Investigaciones Sociológicas, la inmigración se posicionó como una de las principales preocupaciones para los ciudadanos en 2024. Los partidos políticos y las comunidades autónomas se disputan la manera más eficaz de abordar este desafío, con llamadas a la solidaridad y denuncias de falta de recursos en medio de una creciente polarización social sobre el tema.
Con el inicio de 2025, los nubarrones de la crisis migratoria parecen no amainar. Ya en las primeras horas del año, un nuevo cayuco arribó a Tenerife, trayendo consigo historias de sufrimiento y esperanza, pero también tragedia, con al menos dos muertes registradas en el intento de cruzar desde África. El continuo incremento de migrantes irregulares plantea preguntas complejas sobre el futuro de la migración en Europa y la respuesta que pueden ofrecer los gobiernos ante un fenómeno que se niega a desaparecer.
El aumento del 12,5% en la llegada de migrantes irregulares a España en 2024 revela no solo la creciente presión migratoria, sino también la incapacidad de Europa para abordar de manera efectiva esta realidad compleja. A pesar de que las cifras son alarmantes, la narrativa política y social que las envuelve a menudo se queda en la superficie, alimentando un debate polarizado que oscurece la verdadera naturaleza de la crisis. La llegada masiva de 63.970 migrantes, en su mayoría procedentes de comunidades azotadas por la pobreza y la violencia, debe ser contextualizada en el marco de una Europa que aún parece indecisa sobre cómo imprimir un enfoque humano y solidario a un fenómeno que ha sido históricamente interpretado como una mera cuestión de seguridad. Las tensiones en Ceuta y Melilla, donde el cruce de vallas ha aumentado un 114,5%, son prueba palpable de que las políticas actuales no son suficientes; necesitamos un replanteamiento profundo que contemple no solo la contención, sino la inclusión y el apoyo a aquellos que buscan un futuro mejor.
Mientras tanto, el papel de las instituciones europeas y españoles se vuelve cada vez más crítico. Un liderazgo que opte por la empatía en lugar del miedo es esencial para transformar esta crisis en una oportunidad para fortalecer la cohesión social. La polarización en el debate público, donde la inmigración se posiciona como una de las principales preocupaciones, demanda soluciones que vayan más allá de la securitización. Es fundamental fomentar un diálogo constructivo entre partidos políticos y ciudadanos, basado en hechos y no en temores infundados. La situación de los migrantes es dramática y, en muchos casos, desesperante. En este contexto, España debe actuar como un referente en la defensa de los derechos humanos y en la creación de políticas que no solo atiendan el corto plazo, sino que también aborden las causas estructurales de la migración. Si no lo hacemos, corremos el riesgo de dejar que las tragedias en el mar y las lamentaciones en las fronteras definan nuestra identidad como nación.
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