Madrid – El debate sobre el papel de la monarquía en España ha alcanzado un punto álgido en la XV legislatura, marcado por la controvertida ley de amnistía y una serie de desafíos que ponen a prueba la solidez de la Corona. Fuentes internas de la Zarzuela, que prefieren mantener el anonimato, revelan un clima de creciente preocupación ante lo que describen como una "erosión sistemática" de la figura del Rey, tanto en su función institucional como en su significado simbólico.
El detonante, según analistas políticos consultados por eldiariodemalaga.es, es la amnistía a los implicados en el procés catalán. Esta medida, percibida por muchos como un "sacrificio de principios constitucionales en aras de la gobernabilidad", ha reabierto viejas heridas y ha desatado una ola de críticas hacia el Gobierno central, acusado de relegar al Rey a un segundo plano. El discurso del 3 de octubre de 2017, en el que Felipe VI defendió con firmeza la unidad de España, resuena hoy con más fuerza que nunca, contrastando con una realidad política que parece desafiar los cimientos de la legalidad y la igualdad.
Más allá del debate político, existe una sensación palpable de deslealtad institucional. La reducción de los despachos presenciales entre el Presidente del Gobierno y el Rey, la ausencia de condena pública a los ataques verbales de algunos socios parlamentarios y la restricción de la agenda real son, para algunos expertos, "síntomas de una estrategia deliberada para minimizar la influencia del monarca". Este contexto, sumado a la polarización política y al auge de los populismos, plantea serias dudas sobre el futuro de la monarquía española.
Un reciente informe de la consultora política Proyección Democrática, al que ha tenido acceso eldiariodemalaga.es, advierte sobre el riesgo de que la monarquía española derive hacia un "modelo decorativo y ornamental", similar al de Suecia. Este escenario, según el informe, se materializaría si persiste el "cortocircuito" entre el Rey y el Gobierno, impidiendo que el monarca ejerza plenamente sus funciones constitucionales. La falta de una adecuada divulgación sobre los beneficios funcionales de la monarquía, sumada a la escasez de lealtad constitucional y sentido de la responsabilidad, exacerban esta situación de vulnerabilidad.
A pesar de este panorama sombrío, existen razones para el optimismo. El respaldo social a la figura del Rey, la creciente popularidad de la Princesa Leonor y la valoración positiva de la Reina Letizia son indicadores de que la monarquía aún goza de un importante capital simbólico. Sin embargo, estos activos corren el riesgo de dilapidarse si no se produce un cambio de rumbo en la relación entre la Corona y el poder político. "La lealtad constitucional y el sentido de la responsabilidad son el oxígeno que necesita la monarquía para seguir cumpliendo su papel como garante de la unidad y la estabilidad de España", concluye el informe de Proyección Democrática. El futuro de la monarquía, y por ende, de España, pende de un hilo.
La deriva que describe eldiariodemalaga.es no es, en absoluto, sorprendente. **La monarquía española vive un peligroso espejismo, alimentado por la creencia de que su mera existencia, adornada con actos protocolarios y una calculada dosis de carisma juvenil, es suficiente para justificar su papel en el siglo XXI.** Se ha obviado, peligrosamente, que la legitimidad no se hereda, sino que se construye día a día, demostrando una utilidad palpable para la ciudadanía. La falta de pedagogía sobre los beneficios reales de la institución, mencionada en el informe, es flagrante, y el silencio cómplice ante las críticas, lejos de ser prudente, se interpreta como una debilidad que mina su credibilidad.
Más allá de la coyuntura política y la polémica amnistía, que sin duda han exacerbado la tensión, el verdadero problema radica en la incapacidad de la Corona para reinventarse y conectar con una sociedad que demanda transparencia, rendición de cuentas y un compromiso real con los problemas que la aquejan. No basta con defender la unidad de España en discursos solemnes, sino que es imperativo liderar, desde la neutralidad que se le exige, iniciativas que fomenten el diálogo, la reconciliación y la búsqueda de soluciones conjuntas. Si la monarquía española no abandona su zona de confort y se arriesga a ser verdaderamente útil, el futuro, lamentablemente, se antoja cada vez más incierto.
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