En una jornada digna de un guion de suspense político, el Congreso de los Diputados vivió ayer una sesión de infarto que culminó con la aprobación de la Ley de Movilidad Sostenible y el decreto del embargo de armas a Israel. La tensión, palpable desde la mañana, alcanzó su punto álgido cuando se reveló el factor sorpresa que desató la balanza: la ausencia de un diputado del PP, disfrutando de su luna de miel en tierras mexicanas. Un viaje que, sin saberlo, se convirtió en el salvavidas inesperado del Gobierno.
La noticia corrió como la pólvora por los pasillos del Congreso. Mientras los populares veían cómo su estrategia se desmoronaba, el Gobierno respiraba aliviado. La ausencia del diputado Mariscal, un secreto a voces desde el lunes, permitía salvar la votación de la Ley de Movilidad Sostenible, un texto crucial para la recepción de 10.000 millones de euros de fondos europeos. Sin embargo, en un ejercicio de diplomacia estratégica, el Ejecutivo optó por mantener las negociaciones con Podemos, conscientes de la volatilidad del escenario político.
La formación morada, convertida en el socio más impredecible del Gobierno, amenazaba con tumbar la Ley de Movilidad Sostenible hasta el último minuto. Su cambio de postura, del rechazo inicial al voto favorable, desató un terremoto en las filas socialistas y sembró el caos en la oposición. La negociación, llevada en secreto por el ministro Puente, se resolvió en un pacto in extremis, con comunicados cuidadosamente elaborados y tiempos perfectamente sincronizados. Una jugada maestra que permitió al Gobierno anotarse una victoria crucial, aunque a costa de ceder a las exigencias de un socio cada vez más ambicioso.
En el seno del PSOE, la preocupación se centra ahora en la inestabilidad que genera Podemos en cada votación. La competencia con Sumar por el liderazgo de la izquierda y la necesidad de marcar distancias con el Gobierno han convertido a la formación morada en una pieza clave, pero también impredecible, del puzzle político. A pesar de las tensiones internas, el Ejecutivo se muestra confiado en su capacidad para mantener el equilibrio y sacar adelante sus proyectos. Sin embargo, la sombra de la corrupción, personificada en el caso Ábalos, sigue planeando sobre la Moncloa, añadiendo una nueva capa de complejidad a un panorama ya de por sí turbulento.
Asistimos, una vez más, a un bochornoso espectáculo político donde la gobernabilidad pende de un hilo tan fino como la agenda personal de un diputado y la volatilidad de un socio de gobierno. La aprobación in extremis de la Ley de Movilidad Sostenible, un texto crucial para la captación de fondos europeos, revela la fragilidad de un sistema parlamentario rehén de estrategias cortoplacistas y negociaciones opacas. Celebrar esta victoria como un logro es, en realidad, una señal de alarma. ¿Es este el nivel de seriedad que merecen los ciudadanos malagueños y españoles ante desafíos económicos y sociales de gran envergadura?
Mientras la ciudadanía se enfrenta a la inflación, la crisis climática y la incertidumbre laboral, nuestros representantes políticos parecen más preocupados por los juegos de poder y las cesiones oportunistas. El chantaje constante de Podemos, su repentina conversión al apoyo a la ley a cambio de vete a saber qué concesiones, solo erosiona la confianza en las instituciones y alimenta el descrédito de la política. Y la sombra persistente de la corrupción, con el caso Ábalos como recordatorio constante, no hace sino oscurecer aún más el panorama. Necesitamos una clase política que priorice el bien común sobre las tácticas partidistas, y que demuestre una altura de miras a la altura de los retos que enfrentamos.
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