La Unidad Central Operativa (UCO) de la Guardia Civil ha desatado una tormenta política al certificar la estancia del ex ministro José Luis Ábalos en el Parador de Teruel en compañía de mujeres durante la postpandemia, dinamitando así la defensa que el Gobierno de Pedro Sánchez había construido en torno a este episodio del caso Koldo. La revelación, contenida en un informe explosivo, contradice frontalmente las declaraciones de la ministra Pilar Alegría y del entonces director del Parador, Joaquín Gutiérrez, quienes negaron rotundamente la celebración de cualquier tipo de "fiesta" o "reunión" en el establecimiento.
El informe de la UCO detalla que Ábalos se alojó en el Parador los días 15 y 16 de septiembre de 2020, coincidiendo con una visita oficial al corredor ferroviario Teruel-Valencia. Lo que en su momento se justificó como una estancia de trabajo, ahora se revela como un encuentro envuelto en polémica, con testimonios que apuntan a la presencia de prostitutas y a una atmósfera festiva que contradice las restricciones de movilidad vigentes en aquel entonces. La ministra Alegría, en un intento por desmentir las informaciones, llegó a afirmar que ella misma se hospedó en el Parador esa noche y que no observó nada inusual. Sin embargo, la UCO ha desenterrado la verdad, dejando en entredicho la credibilidad de la ministra y del Ejecutivo.
Pero la trama se complica aún más al desvelarse que Koldo García, el ex asesor de Ábalos, sufragó parte de los gastos de estos encuentros con fondos provenientes de una cuenta no declarada. La UCO estima que García desembolsó más de 4.000 euros en transportes y alojamientos para facilitar las citas de Ábalos con mujeres en diversas ciudades. En concreto, se identificaron pagos de billetes de tren con destino a Teruel por valor de casi 500 euros.
La investigación revela un patrón recurrente: Koldo y su ex esposa, Patricia Úriz, adquirían billetes y abonaban alojamientos para terceras personas vinculadas a Ábalos, destinando un total de al menos 4.975,65 euros de sus cuentas bancarias a estos fines. Además de Teruel, la UCO ha detectado pagos de transportes para encuentros en Madrid, Barcelona y Almería. Los investigadores estiman que los desembolsos personales de Ábalos con cargo a una fuente de ingresos no declarada ascienden a un total de, al menos, 20.799,40 euros.
El caso Koldo continúa destapando nuevas ramificaciones y pone en jaque la integridad del Gobierno, obligando a Pedro Sánchez a dar explicaciones sobre la conducta de uno de sus hombres de confianza. La oposición ya ha exigido la comparecencia urgente de Ábalos y Alegría en el Congreso para aclarar su papel en este escándalo que amenaza con socavar la estabilidad política del país. El tiempo dirá si estas revelaciones son solo la punta del iceberg de una trama de corrupción aún mayor.
Más allá del esperpéntico desfile de justificaciones oficiales que ahora se desmoronan, lo verdaderamente preocupante del caso Koldo es la persistente sensación de que estamos ante la punta de un iceberg de corrupción sistémica. No se trata ya de si hubo «fiesta» o «reunión» en el Parador de Teruel, sino de la impunidad con la que, presuntamente, se dilapidó dinero público en beneficio personal, mientras la ciudadanía sufría restricciones y la incertidumbre económica post-pandemia. Que la UCO tenga que desmentir a una ministra y a un director de Parador es, en sí mismo, un síntoma de una metástasis institucional que requiere una investigación profunda y sin cortapisas, para extirpar de raíz estas prácticas.
El silencio inicial y las evasivas del Gobierno, junto con la lentitud en ofrecer explicaciones convincentes, no hacen sino alimentar la desconfianza ciudadana. La respuesta no puede limitarse a exigir responsabilidades políticas individuales, aunque sean necesarias. Urge una reflexión autocrítica dentro del PSOE, y de todo el arco parlamentario, sobre los mecanismos de control interno y la cultura de la transparencia que, a la vista de estos sucesos, parecen manifiestamente insuficientes. El «caso Koldo» no es solo un escándalo; es una oportunidad para reformular la ética pública y restaurar la credibilidad en la política, tan dañada en los últimos tiempos.
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