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12-O: Sánchez ausente, Abascal disidente y Feijóo en el centro de la diana.

Madrid celebró un Día de la Hispanidad marcado por ausencias clave en la recepción real y un clima político tenso que eclipsó los actos conmemorativos.

Día de la Hispanidad: Entre ausencias, críticas y un calor sofocante en Palacio

Málaga, 13 de octubre de 2025 – El Día de la Hispanidad se celebró ayer en Madrid con una mezcla agridulce de fervor patrio en las calles y tensiones políticas palpables en el Palacio Real. Mientras el centro de la capital bullía con ciudadanos de todas las nacionalidades, la recepción real se convertía en un microcosmos de la polarización que vive España, marcada por la ausencia del presidente del Gobierno, Pedro Sánchez, y la del líder de Vox, Santiago Abascal.

La gran sorpresa de la jornada fue la desaparición del presidente Sánchez durante el tradicional corrillo con los periodistas. En un gesto inusual, el jefe del Ejecutivo no se presentó a la cita, dejando a los informadores con la miel en los labios y a Alberto Núñez Feijóo preguntándose si al presidente "no le gusta el Día de la Hispanidad". Sánchez optó por difundir un vídeo conmemorativo sin símbolos nacionales, un movimiento que no hizo sino alimentar las críticas de la oposición. El ministro de Transportes, Óscar Puente, intentó capear el temporal asegurando que el presidente comparecerá en el Senado "a hombros", como en su día hicieron Ábalos, Koldo y Cerdán, y que no existe ninguna prueba que implique a Sánchez en casos de corrupción.

Por su parte, Santiago Abascal decidió no asistir a la recepción real, emulando a Pablo Iglesias en 2015, para dejar claro que se considera un político "antisistema". Feijóo aprovechó la ocasión para arremeter contra la "pinza" que, a su juicio, forman Sánchez y Abascal contra el Partido Popular. El líder de la oposición también criticó la política exterior del Gobierno, especialmente en lo referente a Gaza y Venezuela, lamentando el "ridículo" de la diplomacia española. En un tono más personal, Feijóo respondió con ironía a las palabras de ánimo que le había dirigido Sánchez durante la sesión de control: "Estoy animado, mi pareja no está en el juzgado, mi hermana tampoco y mi número dos no está en la cárcel".

El futuro electoral en el horizonte andaluz

El presidente de la Junta de Andalucía, Juanma Moreno, también presente en la recepción, se mostró preocupado por el impacto que puedan tener los recientes errores en el cribado del cáncer de mama en las próximas elecciones autonómicas. Moreno aseguró que está tomando medidas para solucionar el problema y que, en caso de perder la mayoría absoluta, se presentará a la investidura sin pactar con Vox, obligando así a todos los partidos a "retratarse". La Fiesta Nacional, un año más, evidenció las profundas divisiones políticas que atraviesan España, con ausencias significativas y críticas cruzadas que eclipsaron la celebración de la unidad y la identidad nacional. Un calor sofocante en los salones del Palacio Real se convirtió en metáfora del ambiente político caldeado que vive el país.

Un año más, el Día de la Hispanidad se convierte en el espejo distorsionado de una España incapaz de superar sus fracturas. La ausencia de Sánchez, disfrazada de agenda apretada, y la de Abascal, enarbolando su particular bandera antisistema, no son sino síntomas de una enfermedad política crónica: la incapacidad de trascender las trincheras ideológicas. Mientras otros países celebran su identidad nacional con orgullo y consenso, aquí convertimos la fiesta en un campo de batalla donde los líderes políticos prefieren el rifirrafe a la reconciliación. ¿No es hora de que nuestros representantes demuestren una madurez que parece brillar por su ausencia?

La preocupación de Moreno por el futuro electoral andaluz, eclipsada por la disputa nacional, revela otra verdad incómoda: la política, al final, es una cuestión de supervivencia. Más allá de la retórica patriótica, lo que realmente importa es mantener el poder. La promesa de no pactar con Vox, en caso de necesidad, suena a estrategia electoralista más que a convicción ideológica. Y mientras los políticos juegan a sus juegos de tronos, los ciudadanos sufren las consecuencias de una gestión pública que, en ocasiones, parece más preocupada por los titulares que por resolver los problemas reales. El calor sofocante de Palacio, al final, es un reflejo de la tibieza moral de una clase política que ha perdido el rumbo.

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