El pasado 24 de enero, el Gobierno boliviano se vio obligado a reaccionar ante la rebaja de la calificación de incumplimiento del emisor (IDR) por parte de Fitch Ratings, que disminuyó la calificación del país de CCC a CCC-. Esta medida se enmarca en un contexto de escasez de divisas y malestar social, factores que han comenzado a erosionar la confianza en la economía boliviana.
Fitch Ratings emitió un comunicado en el que expone las razones detrás de esta decisión, mencionando que, aunque aún no se vislumbra un incumplimiento inminente, el margen de seguridad para Bolivia se ha visto afectado. Los problemas de suministro de combustible, los bloqueos de carreteras y el creciente descontento social han perturbado la actividad económica durante 2024, complicando aún más la situación.
La calificadora de riesgo también alertó sobre los déficits fiscales abultados y la aceleración de la inflación, que anteriormente se encontraba bajo control. En este sentido, el Ministerio de Economía de Bolivia ha criticado a la agencia, argumentando que su análisis es «reducido» y no considera adecuadamente la complejidad del sistema económico nacional.
El ministerio defiende que, a pesar de la adversidad, la economía nacional sigue creciendo y resaltó una leve recuperación de las reservas internacionales. Sin embargo, la crítica se centra en el bloqueo legislativo que ha impedido la aceptación de créditos externos que podrían aliviar la situación financiera, y en la decreciente producción de gas, un pilar de su economía tradicional.
La situación se agrava con el horizonte de las elecciones generales en agosto, donde las tensiones políticas pueden exacerbar el malestar social. La combinación de la persistente inflación, los problemas de abastecimiento y las protestas masivas ha puesto en entredicho la efectividad del modelo económico desarrollado por el presidente Luis Arce. Analistas y economistas advierten que si la situación no se maneja con cuidado, podría desencadenar una crisis más profunda.
A pesar de los reclamos contra el análisis de Fitch, es evidente que las presiones en la balanza de pagos y la dependencia de la producción de gas representan una situación crítica que el gobierno debe abordar con urgencia. La respuesta del gobierno y los resultados de las elecciones podrían, según los expertos, definir el futuro económico de Bolivia en un entorno global cada vez más incierto.
En este clima de incertidumbre, la economía boliviana se enfrenta a un cruce de caminos: optar por reformas estructurales que fortalezcan su base económica o continuar con un modelo que ya muestra signos claros de agotamiento. La evolución de estos acontecimientos será crucial para el futuro del país andino.
La reciente rebaja de la calificación de Fitch Ratings para la economía boliviana, del CCC al CCC-, no es simplemente un indicador numérico aislado, sino un síntoma claro de un sistema en crisis. La escasez de divisas y el malestar social se han convertido en el telón de fondo de una narrativa económica que necesita ser reescrita. La incapacidad del Gobierno, encabezado por Luis Arce, para abordar los déficits fiscales y la decreciente producción de gas revela fallas estructurales profundas que, si no se corrigen pronto, podrían llevar al país a una crisis más aguda. Parece irónico que, a medida que crece la presión sobre las reservas internacionales, el Ministerio de Economía desestime el análisis de Fitch como “reducido”, cuando en realidad es el propio Gobierno el que no ha logrado ofrecer una solución viable a la caída en la confianza económica.
Frente a un panorama electoral incierto en agosto, el tiempo apremia para implementar reformas que rompan con el ciclo de dependencia del gas y propicien un verdadero cambio estructural. Las protestas masivas y el bloqueo legislativo que ha obstaculizado la aceptación de créditos externos son señales de que las tensiones políticas no solo están rebasando el fenómeno social, sino que podrían empeorar la ya frágil situación económica del país. La economía boliviana se encuentra en un cruce de caminos: apostar por un verdadero recalibrado de su modelo económico o esperar a que la próxima crisis termine de desmantelar lo que queda de su estabilidad. Con una respuesta adecuada y urgente, la historia podría tomar un giro positivo; sin embargo, ni los analistas ni el propio pueblo pueden darse el lujo de la complacencia en un contexto tan volátil.
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