La tranquilidad de la localidad malagueña de Campillos se ha visto sacudida por una denuncia que involucra a un agente de la Policía Local y una masajista erótica. La mujer, que ofrece sus servicios a través de la popular plataforma Wallapop, ha interpuesto una denuncia ante la Policía Nacional acusando al agente de acoso, amenazas y hostigamiento continuado durante varios meses, culminando en una tensa visita a su domicilio. La noticia ha generado un revuelo considerable en la comunidad, planteando serias interrogantes sobre la conducta de los funcionarios públicos y la protección de los ciudadanos ante posibles abusos de poder.
Según la denuncia, la pesadilla de la masajista comenzó en marzo de este año, cuando un individuo que se identificó como «Javier» contactó con ella a través de Wallapop. Desde el principio, la conversación tomó un cariz inapropiado, con el supuesto cliente mostrando un interés obsesivo por los servicios sexuales y la posibilidad de realizar tocamientos íntimos. Ante la insistencia y la naturaleza de las preguntas, la mujer decidió rechazar la cita. Fue entonces cuando el hombre reveló su verdadera identidad: un agente de la Policía Local de Campillos. La situación escaló rápidamente cuando el agente, presuntamente, amenazó a la masajista insinuando que estaba operando fuera de la ley al no estar debidamente registrada, una clara muestra de abuso de su posición de autoridad.
El acoso no cesó con la revelación de la identidad del agente. La denunciante relata cómo, a lo largo de los meses siguientes, recibió mensajes desde diferentes perfiles en Wallapop, cada uno con un nombre distinto («Carlos», «Victoria»), pero todos apuntando al mismo individuo: el policía local de Campillos. La táctica del agente era clara: mantener un contacto constante y desgastante con la víctima, utilizando diferentes identidades para intentar obtener una cita o, al menos, mantenerla bajo presión. En la denuncia se detalla cómo el agente incluso llegó a recriminar a la masajista por haber descubierto su nombre real, lo que evidencia una clara conciencia de la ilicitud de sus actos.
El punto álgido de esta escalofriante historia se produjo el día de la denuncia, cuando el presunto acosador se presentó en el domicilio de la masajista. Según el relato de la víctima, el agente logró acceder al interior del edificio haciéndose pasar por una clienta con la que la mujer tenía una cita programada, utilizando nuevamente el nombre de «Victoria». Al ver al hombre salir del ascensor, la masajista reaccionó rápidamente cerrando la puerta de su casa por temor. El agente, sin embargo, no se rindió y comenzó a llamar insistentemente al timbre antes de finalmente marcharse. Este último episodio, según la denunciante, fue la gota que colmó el vaso y la impulsó a denunciar los hechos ante las autoridades. La investigación está en curso y se espera que arroje luz sobre este delicado caso que ha puesto en entredicho la imagen del cuerpo policial de Campillos.
El escándalo en Campillos es mucho más que una anécdota local; **es un síntoma preocupante de cómo las dinámicas de poder pueden ser pervertidas y utilizadas para el acoso y el abuso.** Que un agente de la Policía Local, un servidor público teóricamente encargado de proteger a los ciudadanos, sea el presunto perpetrador de este hostigamiento es un golpe a la confianza institucional. No podemos permitir que la placa y el uniforme se conviertan en escudo para conductas reprobables. Urge una investigación exhaustiva, transparente y ejemplarizante que no solo esclarezca los hechos, sino que también establezca mecanismos de control más rigurosos dentro del cuerpo policial para prevenir futuros casos.
Más allá de la responsabilidad individual del agente denunciado, este caso plantea interrogantes sobre la formación en igualdad y prevención del acoso que reciben los miembros de las fuerzas de seguridad. **La impunidad percibida por algunos, la sensación de estar por encima de la ley, solo se combate con una cultura interna de respeto, profesionalidad y rendición de cuentas.** Es necesario un cambio profundo en la mentalidad, reforzando los valores éticos y fomentando la empatía hacia las víctimas. No se trata solo de castigar al culpable, sino de construir una policía más humana y cercana, garante de los derechos de todos, especialmente de aquellos que se encuentran en situación de vulnerabilidad.
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