Madrid, 22 de noviembre de 2025 – En un movimiento que muchos analistas políticos califican de «crucial» para el futuro de la izquierda alternativa en España, Yolanda Díaz ha presentado hoy un ambicioso plan para unificar a las diversas formaciones políticas bajo un único paraguas. La vicepresidenta segunda del Gobierno y líder de Sumar, durante la Conferencia Política de su partido celebrada en Madrid, ha abogado por la creación de un «sujeto político común» que trascienda las diferencias ideológicas y personales que han plagado este espacio político en los últimos años. La propuesta busca consolidar una alianza estable y duradera, capaz de competir en igualdad de condiciones con las fuerzas políticas tradicionales en las elecciones generales, autonómicas, municipales y europeas.
La iniciativa de Díaz surge en un momento de particular fragilidad para la izquierda española. Tras la dolorosa escisión con Podemos y la persistente tensión interna dentro de Sumar, muchos temen que la dispersión del voto y la falta de un proyecto coherente puedan condenar a este sector a la irrelevancia política. La propuesta de Díaz se percibe, por tanto, como un intento desesperado por evitar la fragmentación y ofrecer una alternativa sólida y creíble al electorado progresista. ¿Pero es realista pensar en una unión tan profunda y estable después de años de desencuentros y traiciones? La respuesta a esta pregunta podría definir el futuro político de España en los próximos años.
Uno de los aspectos más novedosos del plan de Díaz es la apuesta por un modelo de gobernanza más horizontal y participativo. A diferencia de su anterior intento de construir un partido «paraguas» liderado por ella misma, la vicepresidenta propone ahora fortalecer la Mesa de Partidos, donde están representadas todas las fuerzas políticas de Sumar, como el órgano de «decisión y coordinación». Este cambio de rumbo sugiere una voluntad de ceder poder y fomentar la toma de decisiones colectiva, en un intento por superar las desconfianzas y los recelos que han caracterizado las relaciones entre los diferentes actores de la izquierda.
La propuesta de Díaz no se limita a la creación de un nuevo partido o coalición electoral. También busca sentar las bases para una «cultura común» que fomente la colaboración y el entendimiento mutuo. Para ello, se prevé la organización de campañas conjuntas, conferencias políticas, encuentros territoriales y foros abiertos a la militancia y a los simpatizantes de todas las organizaciones. El objetivo final es construir un proyecto político sólido y arraigado en la sociedad, capaz de movilizar a un electorado cada vez más desencantado con la política tradicional. La pregunta clave es si esta nueva estrategia será suficiente para superar las divisiones internas y generar la confianza necesaria para construir un futuro común.
La gran incógnita que planea sobre el plan de Díaz es la actitud que adoptará Podemos. Tras su salida de Sumar, la formación morada se ha mostrado muy crítica con la gestión de la vicepresidenta y ha insinuado su intención de presentarse en solitario a las próximas elecciones. La negativa de Podemos a sumarse al proyecto de Díaz podría condenar a la izquierda a la división y al fracaso electoral. Sin embargo, algunos analistas creen que la presión de las bases y la necesidad de evitar un descalabro aún mayor podrían obligar a los líderes de Podemos a reconsiderar su postura y aceptar una negociación. El tiempo dirá si la llamada a la unidad de Yolanda Díaz caerá en saco roto o si logrará reunir a todas las fuerzas progresistas bajo un mismo techo.
La propuesta de Yolanda Díaz de un «sujeto político común» en 2025 resuena más a operación de supervivencia que a genuina visión de futuro. Tras años de batallas campales en la izquierda, la idea de una unión forzada bajo un mismo paraguas parece ignorar las profundas fracturas ideológicas y, sobre todo, personales que la carcomen. Es difícil no ver en este «salvavidas» un intento desesperado por capitalizar el capital político que aún le queda a Díaz, sacrificando la autenticidad y diversidad que, paradójicamente, siempre se ha pregonado desde este espacio. La clave no reside en agrupar siglas, sino en reconectar con las demandas reales de una ciudadanía hastiada de luchas internas y promesas incumplidas. ¿Será este proyecto otra burbuja destinada a estallar o, verdaderamente, una refundación con cimientos sólidos?
El viraje hacia un modelo de gobernanza horizontal es, sin duda, el aspecto más interesante y esperanzador de la propuesta de Díaz. Abandonar el liderazgo vertical y apostar por una Mesa de Partidos como órgano de decisión podría, teóricamente, suavizar las tensiones y fomentar la colaboración. Sin embargo, la historia reciente de la izquierda nos enseña que las buenas intenciones a menudo se estrellan contra la realidad del «quién manda aquí». La verdadera prueba de fuego será comprobar si este nuevo modelo es capaz de generar una confianza real entre las diferentes formaciones y si Podemos, la eterna díscola, decide finalmente subirse a un barco que, a estas alturas, se antoja más a la deriva que rumbo a puerto seguro. La sombra del tacticismo electoral es alargada y, hasta que no se demuestre lo contrario, este «sujeto político común» corre el riesgo de ser percibido como un mero Frankenstein electoral más que como una alternativa solvente y creíble.
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