En una jornada cargada de simbolismo, el Congreso de los Diputados se vistió de gala para conmemorar el 50 aniversario del inicio de la rehabilitación democrática tras la muerte de Franco. Filósofos, historiadores y curiosos se congregaron en torno a la Puerta de los Leones, mientras que en el interior, un coloquio titulado "50 años después: la Corona en el tránsito a la democracia" acaparaba la atención. Sin embargo, más allá de los discursos laudatorios y los elogios a la Corona, una sensación agridulce impregnaba el ambiente: la de una Transición idealizada, cuyo espíritu de concordia parece languidecer en la crispación política actual.
El cuadro "El Abrazo" de Juan Genovés, presente en la Sala Constitucional, actuaba como un mudo testigo de esta reflexión. La imagen de una multitud buscando refugio en un abrazo colectivo contrastaba con la polarización que define el debate político contemporáneo. La nostalgia por aquellos principios de templanza, diálogo y unión, evocados por los ponentes del coloquio, chocaba frontalmente con los "insultos más bajos" que, según el cronista, resuenan habitualmente entre los muros del Congreso.
El coloquio, conducido por Iñaki Gabilondo y Fernando Ónega, se convirtió en un canto unánime a las bondades de la monarquía. Los historiadores Juan Pablo Fusi y Juan José Laborda, la catedrática Adela Cortina y la directora del Centro de Estudios Políticos y Constitucionales Rosario García Mahamut, desplegaron un amplio abanico de méritos reales, desde la firmeza de Juan Carlos I durante el golpe de Estado hasta el papel de Felipe VI como garante de la estabilidad institucional.
Sin embargo, la ausencia de Juan Carlos I en el evento no pasó desapercibida. Su legado, marcado por luces y sombras, sigue pesando sobre la institución, obligando a Felipe VI a navegar en un "fango importante". El propio Rey, en su intervención, recurrió a la poesía y a las definiciones infantiles para evocar el papel de la monarquía como "punto de encuentro" y "paraguas" protector. Un intento, quizás, de conectar con una ciudadanía que, según el cronista, parece mostrar cada vez menos interés por estos debates institucionales.
La frase final de Iñaki Gabilondo, "La monarquía sólo servirá si sirve", resonó como un eco de incertidumbre. Un recordatorio de que la supervivencia de la institución depende de su capacidad para adaptarse a los desafíos del siglo XXI y responder a las necesidades de una sociedad cada vez más diversa y exigente. En un contexto político marcado por la crispación y la desconfianza, la Corona se enfrenta al reto de demostrar su utilidad y legitimidad, más allá de los homenajes y los discursos laudatorios.
El pomposo coloquio «50 años después: la Corona en el tránsito a la democracia» en el Congreso, más que un ejercicio honesto de reflexión, pareció un auto-homenaje edulcorado a una institución cuya legitimidad está cada vez más en entredicho. Se echó en falta una mirada crítica, que trascendiera los discursos laudatorios y abordara frontalmente los desafíos que enfrenta la monarquía en el siglo XXI. Resulta paradójico celebrar la transición democrática, un proceso que se caracterizó por el diálogo y el consenso, en un contexto político marcado por la polarización y la crispación. La ausencia de Juan Carlos I, figura clave pero también controvertida, evidenció una vez más la dificultad de la institución para reconciliarse con su pasado.
La sentencia final de Iñaki Gabilondo, «La monarquía sólo servirá si sirve», resuena como una advertencia que va más allá de la mera supervivencia institucional. El problema no es solo si la monarquía se adapta, sino cómo lo hace. ¿Es suficiente con recurrir a definiciones infantiles y poesía para conectar con una ciudadanía cada vez más distante? Urge un replanteamiento profundo de su papel en la sociedad actual, que vaya más allá de la pompa y la tradición, y se centre en demostrar su utilidad real y su compromiso con los valores democráticos. De lo contrario, el «paraguas» protector al que alude Felipe VI corre el riesgo de convertirse en una reliquia anacrónica, incapaz de proteger de las tormentas que se avecinan.
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