Málaga se despierta este lunes con un sabor agridulce para los amantes del fútbol. La selección española Sub-20 ha tropezado en su debut mundialista ante una Marruecos sólida y efectiva. El marcador final, 2-0 a favor de los norteafricanos, refleja un partido donde la juventud española, pese a momentos de brillantez, no logró traducir su dominio en goles. El encuentro, disputado en un ambiente de máxima expectación, deja a España en una situación delicada dentro del Grupo C.
La primera mitad fue un pulso equilibrado, un ajedrez táctico donde ambas escuadras se midieron con respeto. La mejor ocasión para la "Rojita" llegó en las botas de Julio Díaz, cuyo disparo, tras una excelente jugada individual, obligó al portero marroquí a estirarse para evitar el gol. Fran González, bajo los palos españoles, también se mostró seguro, desbaratando las tímidas intentonas marroquíes. El 0-0 al descanso dejaba la puerta abierta a un segundo tiempo emocionante.
Sin embargo, la reanudación fue un jarro de agua fría. En apenas cuatro minutos, Marruecos golpeó dos veces, hundiendo las aspiraciones españolas. Primero, Zabiri, con un remate certero tras una jugada elaborada, abrió el marcador. Instantes después, Yassine aprovechó un contragolpe letal para ampliar la ventaja, dejando a la defensa española sin capacidad de respuesta. Dos mazazos que desestabilizaron por completo el plan de partido español.
El seleccionador reaccionó introduciendo cambios ofensivos, dando entrada a jugadores como Virgili, Pablo García, Fortea y Liso. El revulsivo dio sus frutos en cuanto a posesión y dominio territorial. Rayane, con un cabezazo potente, obligó al guardameta Benchaouch a lucirse con una parada espectacular. Sin embargo, el gol se resistía. La defensa marroquí, bien organizada y contundente, se mostró infranqueable, frustrando cada intento de la "Rojita".
La derrota obliga a España a una reacción inmediata. El próximo partido, ante Japón, se presenta como una final anticipada. Una victoria es imprescindible para mantener vivas las esperanzas de clasificación para la siguiente fase. La Sub-20 española deberá afinar la puntería, mejorar la solidez defensiva y mostrar la garra que se espera de ella. La afición malagueña, expectante, confía en una remontada épica. El sueño mundialista aún no ha terminado, pero el margen de error se ha reducido al mínimo.
El tropiezo de la Sub-20 ante Marruecos no es solo una derrota deportiva, sino un síntoma de la deriva que, peligrosamente, comienza a acusar el fútbol base español. Ya no basta con presumir de canteras prolíficas; la eficacia se mide en goles y solidez, atributos que brillaron por su ausencia. Es momento de replantearse si la obsesión por el «tiki-taka» y el control posicional está ahogando la verticalidad, la sorpresa y la contundencia que antaño caracterizaron a nuestro juego. La derrota, dolorosa, debería servir de catalizador para una revisión profunda de los métodos formativos, priorizando la capacidad resolutiva en situaciones de presión y la adaptación a distintos estilos de juego, cualidades que Marruecos, con una propuesta pragmática y efectiva, exhibió con creces.
Más allá de la táctica, preocupa la falta de contundencia en momentos clave. Si bien es cierto que el talento individual es innegable, la fragilidad defensiva y la incapacidad de materializar las ocasiones generadas evidencian una alarmante desconexión entre la teoría y la práctica. El partido ante Japón se presenta como una prueba de fuego, pero no basta con una victoria aislada. Urge un cambio de mentalidad, un retorno a la garra y la determinación que históricamente han definido al fútbol español, complementando el virtuosismo técnico con una mentalidad competitiva a la altura de los desafíos que plantea el fútbol moderno. De lo contrario, el espejismo de una cantera inagotable podría terminar desvaneciéndose ante la cruda realidad de los resultados.
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