En una tarde de sorpresas y contrastes, la selección brasileña de fútbol sufrió una dolorosa derrota ante Japón en el Estadio Nacional de Tokio, en el último amistoso del año para la ‘Canarinha’. Lo que parecía un partido controlado en la primera mitad se convirtió en una pesadilla para los de Carlo Ancelotti, que vieron cómo su ventaja de dos goles se esfumaba ante el empuje y la precisión de los nipones.
La primera parte fue un monólogo brasileño. Paulo Henrique, con un potente disparo desde la frontal, abrió el marcador en el minuto 26, seguido por Gabriel Martinelli, que aprovechó un error de la defensa japonesa para ampliar la ventaja seis minutos después. Con Vinícius Júnior, Rodrygo y Bruno Guimarães manejando los hilos del juego, Brasil parecía encaminarse hacia una victoria cómoda y convincente. El control del balón y la verticalidad en ataque eran las señas de identidad de un equipo que prometía espectáculo de cara al Mundial de 2026.
Sin embargo, la segunda mitad fue una historia completamente diferente. Japón salió con una actitud renovada, presionando arriba y buscando constantemente la portería defendida por Alisson. El descuento de Takumi Minamino encendió la mecha de la esperanza en la afición local, y a partir de ahí, el partido se convirtió en un torbellino. Keito Nakamura y Ayase Ueda completaron la remontada en un lapso de apenas 19 minutos, desatando la locura en las gradas del Estadio Nacional de Tokio. La defensa brasileña, que había mostrado solidez en la primera mitad, se vio superada por la velocidad y la precisión de los atacantes japoneses.
A pesar de los intentos de Ancelotti por cambiar el rumbo del partido con los ingresos de Richarlison, Estevao y Caio Henrique, Brasil no logró recuperar el control del juego ni frenar el ímpetu nipón. El 3-2 final dejó un sabor amargo en la boca de los brasileños, que deberán analizar a fondo los errores cometidos en este encuentro. La falta de concentración, la fragilidad defensiva y la incapacidad para reaccionar ante la adversidad fueron factores determinantes en la derrota.
Con este resultado, Brasil cierra su calendario de amistosos de 2025 con un balance irregular: una goleada ante Corea del Sur y una dolorosa remontada en contra frente a Japón. El equipo de Ancelotti tendrá que trabajar duro durante el parón invernal para corregir los errores y llegar en la mejor forma posible a la Copa del Mundo 2026. Los próximos amistosos de enero serán cruciales para ajustar detalles y reencontrar la solidez y el juego que se espera de la ‘Verdeamarela’. El camino hacia el Mundial está lleno de obstáculos, y esta derrota en Tokio sirve como un duro recordatorio de que no hay rival fácil en el fútbol moderno.
El tropiezo de Brasil en Tokio no es meramente un desliz amistoso; es un síntoma preocupante de la desconexión entre el talento individual y la solidez colectiva. Ancelotti, un maestro en cohesionar plantillas plagadas de estrellas, debe urgentemente encontrar la fórmula para traducir el virtuosismo de Vinícius, Rodrygo y compañía en un engranaje competitivo capaz de resistir la presión y, sobre todo, de reaccionar ante la adversidad. La fragilidad mostrada en la segunda parte revela una carencia alarmante de líderes en el campo, figuras capaces de contagiar la garra y la determinación necesarias para mantener la compostura cuando el marcador se pone cuesta arriba. La exhibición nipona, sin menospreciar su mérito, expone la preocupante dependencia brasileña de las individualidades, un lujo que, en el contexto del fútbol moderno, se paga caro.
Más allá del resultado, la derrota ante Japón debería servir como un llamamiento a la humildad y a la autocrítica. La complacencia y la falsa sensación de superioridad son enemigos peligrosos en un deporte donde la táctica y la preparación física han acortado distancias entre las potencias tradicionales y los equipos emergentes. Si Brasil aspira a levantar la Copa del Mundo en 2026, necesita urgentemente replantear su enfoque, priorizando la solidez defensiva, la disciplina táctica y, sobre todo, la cohesión grupal. Los próximos amistosos no deben ser meros trámites, sino oportunidades para experimentar, ajustar detalles y forjar un equipo verdaderamente competitivo, capaz de afrontar los desafíos que plantea un Mundial cada vez más globalizado y exigente.
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