El eco de las máquinas taladrando el asfalto resuena más fuerte que nunca en el corazón de Huelin. Lo que prometía ser una revitalización verde, una caricia de la naturaleza en medio del cemento, se ha convertido en una pesadilla de aparcamientos imposibles, aceras laberínticas y una creciente sensación de desarraigo entre los vecinos. El ambicioso proyecto de renaturalización de la supermanzana, adjudicado en marzo por casi siete millones de euros, ha desatado una ola de indignación que amenaza con romper la calma chiringuitera del barrio.
La memoria colectiva de Huelin recuerda con amargura las promesas incumplidas. Las reuniones con Urbanismo, donde se suponía que la voz vecinal moldearía el proyecto, parecen ahora un mero espejismo. «Nos presentaron un plan que luego modificamos entre todos, pero al final están ejecutando el original, ¡el que no nos convencía!», exclama Fernando Berlanga, la voz de los comerciantes, atrapado entre el martillo de las obras y el yunque de la desesperación. La pérdida de plazas de aparcamiento, un bien ya escaso en la zona, es el detonante de un malestar que va más allá de la simple incomodidad.
La odisea diaria para encontrar un hueco donde estacionar se ha transformado en una competición despiadada, donde 45 minutos al volante se antojan una victoria efímera. «Han prometido una zona de aparcamiento provisional, pero seguimos dando vueltas como tontos», se lamenta un vecino, con la furgoneta convertida en símbolo de la frustración. La sombra alargada de la ampliación de aceras y la plantación de árboles donde antes reinaba el asfalto alimenta la sospecha de que la «renaturalización» es, en realidad, una «descochización» encubierta. ¿Verde a cambio de espacio vital? La ecuación no cuadra en Huelin.
La accesibilidad, lejos de mejorar, se ha convertido en un suplicio para los más vulnerables. Personas mayores, con andadores y movilidad reducida, sortean obstáculos improvisados, aceras cortadas y pasos elevados que convierten cada paseo en una gymkana. «Tengo que ir por la carretera con mi andador, ¡y los coches siguen pasando!», denuncia una vecina, con la voz quebrada por la impotencia. La promesa de un barrio más amable y accesible se diluye entre el polvo y el ruido de las obras.
Pero la herida más profunda, la que supura resentimiento y alimenta la desconfianza, es la sombra del puerto deportivo de San Andrés. ¿Es esta «renaturalización» una estrategia para expulsar a los vecinos de Huelin, allanando el camino para la especulación inmobiliaria? La pregunta, aunque sin respuesta oficial, resuena en cada esquina, en cada conversación a pie de obra. El miedo a perder la identidad, a ser desterrados de su propio barrio, se mezcla con la incertidumbre de no saber dónde aparcar mañana. Huelin, un barrio con alma de pueblo, se resiste a ser pasto de la modernidad a cualquier precio.
El caso de Huelin ejemplifica, lamentablemente, cómo la **buena intención de la «renaturalización» urbana puede convertirse en un auténtico desastre cuando la planificación se desconecta de la realidad vecinal**. No basta con pintar de verde un plano y adjudicar un presupuesto millonario si no se prioriza la escucha activa y la adaptación constante a las necesidades reales de quienes habitan el espacio transformado. La sensación de desarraigo que manifiestan los vecinos es un síntoma alarmante de una política urbanística que, en lugar de mejorar la calidad de vida, parece diseñada para expulsar a los residentes de su propio barrio, creando un ambiente hostil y disfuncional. La pérdida de aparcamientos, lejos de ser un mero inconveniente, se transforma en un factor de estrés constante que mina la convivencia y alimenta la desconfianza hacia las instituciones.
La sombra de la especulación inmobiliaria, proyectada por la proximidad del puerto deportivo de San Andrés, resulta inquietante y obliga a una reflexión profunda sobre el modelo de ciudad que estamos construyendo. **¿Estamos realmente «renaturalizando» o, más bien, «gentrificando» a golpe de hormigón y asfalto perdido?** Es fundamental que el Ayuntamiento de Málaga revise urgentemente este proyecto, estableciendo un diálogo sincero y transparente con los vecinos de Huelin, incorporando sus propuestas y garantizando que la «renaturalización» no se convierta en una excusa para la expulsión y la pérdida de identidad de un barrio con alma propia. De lo contrario, el eco de las máquinas taladrando el asfalto resonará como un epitafio para la Huelin que conocemos.
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