La diócesis de Málaga se encuentra en un momento de transición tras la renuncia del obispo Jesús Catalá Ibáñez, quien decidió presentar su dimisión al cumplir los 75 años, en cumplimiento de lo estipulado por el derecho canónico. Este hecho, que tuvo lugar el pasado domingo 22 de diciembre, marca el inicio de un proceso que determinará el futuro liderazgo espiritual de la comunidad católica malagueña.
Assumiendo el cargo desde el 10 de octubre de 2008, Catalá ha sido una figura clave en la vida de la diócesis, llevando a cabo una serie de reformas y promoviendo la pastoral en tiempos de cambios sociales y culturales. Su gestión se ha caracterizado por un enfoque hacia la inclusión y el servicio, lo cual ha dejado una huella importante entre los feligreses y en el tejido social de Málaga.
Con la renuncia ahora formalizada, la diócesis espera el proceso de elección de su nuevo obispo, el cual será guiado por el nuncio pontificio en España, el presidente de la Conferencia Episcopal y el arzobispo de Granada. Estos actores clave son responsables de presentar una terna de candidatos a la Santa Sede, asegurando que las voces de diversas partes interesadas —incluidos miembros del Cabildo de la Catedral de Málaga y del Colegio de Consultores— sean consideradas en la deliberación.
El futuro obispo deberá ser un líder capaz de conectar con las necesidades de una sociedad en constante evolución, manteniendo la esencia de la doctrina cristiana. Además, dado que el Colegio de Consultores ha sido renovado para el periodo 2024-2029, se espera que su renovada composición aporte una perspectiva fresca al proceso.
A medida que se prepara para la llegada de un nuevo líder, la diócesis enfrenta el desafío de mantener la continuidad pastoral. En función de las decisiones que tome la Santa Sede, el obispo saliente podría asumir el rol de administrador apostólico interino, garantizando así que las actividades y funciones de la diócesis sigan su curso sin interrupciones. Esta figura administrativa se encargaría de guiar a la comunidad en esta fase de incertidumbre, asegurando que la misión cristiana en Málaga continúe.
La espera por el nuevo obispo también genera expectativas entre los feligreses y las comunidades locales sobre el tipo de liderazgo que se establecerá en la diócesis. Con una rica historia de liderazgo pastoral, la comunidad espera que el futuro obispo no solo continúe el legado de Catalá, sino que también traiga consigo nuevas visiones y energías para afrontar los retos contemporáneos que enfrenta la iglesia y sus miembros.
El relevo episcopal en Málaga, tras la renuncia de Jesús Catalá, plantea importantes interrogantes sobre el futuro de la diócesis y su capacidad para adaptarse a los cambios sociales y culturales que marcan nuestra época. Si bien la gestión de Catalá se ha caracterizado por un enfoque hacia la inclusión y el servicio, la historia reciente de la Iglesia católica nos revela que los líderes espirituales enfrentan desafíos que van más allá de la simple administración. La transición hacia un nuevo obispo deberá interpretarse como una oportunidad para un reexamen profundo de los valores y prioridades que deben guiar a la comunidad en un contexto tan diverso y veloz como el actual. La dependencia del proceso de selección, controlado por figuras institucionales como el nuncio pontificio y el arzobispo de Granada, puede limitar un espacio legítimo de participación de los laicos y de los sectores más vulnerables dentro de la comunidad, lo que debe ser considerado con atención para evitar que la renovación sea solo superficial.
Es fundamental que la futura designación no solo busque mantener el legado del obispo saliente, sino que también impulse una transformación auténtica dentro de la diócesis malagueña, atreviéndose a cuestionar dogmas y prácticas que puedan resultar obsoletas. La llegada de un nuevo líder podría ser la ocasión para abrir diálogos sobre la realidad social que enfrentan muchas comunidades, como la pobreza, la inmigración o la diversidad de opiniones sobre la fe. Si la elección se basa en criterios estrictamente jerárquicos y no en la conexión con las necesidades actuales de los feligreses, podemos temer un nuevo periodo de desconexión entre la iglesia y su comunidad. La esperanza reside en que, tras este periodo de incertidumbre, la diócesis abrace cambios que fortalezcan su misión en el mundo contemporáneo, combinando tradición y modernidad en su quehacer diario.
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