En el corazón de Málaga, la cuenta atrás para el Mundial 2030 sigue su curso, pero no sin generar inquietudes en la afición blanquiazul. La remodelación de La Rosaleda, un proyecto ambicioso que busca modernizar el templo del fútbol malagueño, obligará al Málaga Club de Fútbol a trasladarse temporalmente al Estadio de Atletismo Ciudad de Málaga. Y es aquí donde la voz de la afición, un rugido constante incluso en los momentos más difíciles, resuena con fuerza.
La preocupación es palpable: el aforo actual del Estadio de Atletismo, estimado en 12.500 espectadores, se antoja exiguo para albergar la marea blanquiazul. La entidad deportiva, consciente de la magnitud del desafío, ha expresado su inquietud ante lo que considera un posible «grave perjuicio económico, deportivo y, especialmente, social». Un estadio a medio gas, ¿podrá sostener la llama de la pasión malaguista?
El alcalde Francisco de la Torre, consciente de la urgencia, ha tomado cartas en el asunto. En declaraciones a los periodistas, el edil ha reconocido las dificultades iniciales surgidas a raíz de las exigencias de la Demarcación de Carreteras en relación con el tráfico y la accesibilidad. Sin embargo, el optimismo parece renacer: se están llevando a cabo negociaciones con el Ministerio de Transportes para encontrar soluciones que permitan ampliar el aforo hasta los 25.000 espectadores.
La clave reside en la mejora de la M-20, desde Torremolinos hasta Málaga, con especial atención a la rotonda ubicada a la altura del Martín Carpena. De la Torre vislumbra una oportunidad para optimizar la infraestructura y, al mismo tiempo, desbloquear el anhelado aumento de capacidad en el Estadio de Atletismo. Además, se ha comprometido a reforzar el transporte público para facilitar el acceso de los aficionados al recinto deportivo.
Las próximas semanas se antojan decisivas. El alcalde ha prometido una «perspectiva» clara en un «plazo rápido», reconociendo que «el tiempo apremia en todos los sentidos». La afición malaguista, esa legión de incondicionales que ha demostrado su lealtad en los momentos más aciagos, espera con ansias una respuesta definitiva. ¿Podrá el Estadio de Atletismo transformarse en un coliseo capaz de albergar la pasión desbordante de la hinchada blanquiazul? La respuesta, en breve.
La danza de los estadios, provocada por las ambiciones mundialistas, deja al descubierto las costuras de una planificación que, a menudo, parece más enfocada en la foto que en la afición. Que La Rosaleda necesite una modernización es innegable, pero que el Estadio de Atletismo Ciudad de Málaga se presente como la única alternativa viable, raya lo incomprensible. No se trata solo de aforo, que ya de por sí es una merma considerable de la capacidad de congregación y, por ende, de la atmósfera que alimenta al equipo. Hablamos de una experiencia radicalmente distinta, un cambio de escenario que desdibuja la identidad y el arraigo. Un parche, en definitiva, que pone en jaque el sentir de una hinchada que ha demostrado ser el verdadero motor del Málaga CF, incluso en sus horas más bajas.
Las promesas de ampliación, aireadas por el alcalde, suenan a parche sobre parche. Negociar con Carreteras para rascar unos miles de asientos más es un ejercicio de voluntarismo que, si bien se agradece, no resuelve el problema de fondo: la improvisación. ¿De verdad no existían alternativas mejor estudiadas, opciones que contemplaran la magnitud del desplazamiento y el impacto emocional en la afición? El temor al «grave perjuicio económico, deportivo y, especialmente, social» expresado por la entidad deportiva es más que justificado. En el fútbol, como en la vida, la planificación a largo plazo y la consideración por los sentimientos de la gente son tan importantes como el resultado final. Esperemos que esta transición forzada no se convierta en un punto de inflexión negativo para la pasión malaguista.
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