La sombra de la negligencia se cierne sobre el Servicio Andaluz de Salud (SAS) tras la publicación de un caso que ha conmocionado a la opinión pública. La historia de A.G.P., un paciente que buscó alivio a su persistente dolor abdominal en marzo de 2015, ha destapado una presunta negligencia que podría haberle costado la vida. Nueve años de lucha contra un adenocarcinoma de colon que, según la denuncia de sus familiares, pudo haberse diagnosticado y tratado a tiempo.
El calvario de A.G.P. comenzó con una prueba diagnóstica que nunca llegaba. Un TAC abdominal, prescrito en 2015, no se realizó hasta febrero de 2018, casi tres años después. Cuando finalmente llegó el informe radiológico, éste apuntaba a una posible tumoración duodenal. Sin embargo, el alivio inicial se tornó en frustración cuando, apenas doce días después, se le dio el alta con un diagnóstico de formaciones polipoideas duodenales, ignorando la sintomatología persistente que atormentaba al paciente. La desesperación de A.G.P. crecía mientras su salud se deterioraba.
Los meses se convirtieron en años de súplicas y visitas infructuosas hasta que, en octubre de 2022, se realizaron pruebas complementarias. Una endoscopia reveló hallazgos preocupantes: Vértigo posicional maligno y Pólipos hiperplásicos de colon. Estas señales, en conjunto con el historial del paciente, apuntaban a un posible cáncer de colon, pero esta opción fue inexplicablemente descartada por los facultativos. La oportunidad de un diagnóstico temprano y un tratamiento potencialmente curativo se desvanecía entre la burocracia y la falta de atención.
No fue hasta 19 meses después, en un estudio calificado de urgente, que se confirmó lo que la familia de A.G.P. ya temía: adenocarcinoma de colon en Estadio IV con metástasis en órganos distantes. Para entonces, ya era demasiado tarde. El programa de Cuidados Paliativos se activó, resignando al paciente a un final inevitable. A.G.P. falleció el 26 de agosto de 2024, a los 82 años, en el mismo hospital donde había buscado ayuda nueve años antes.
Ahora, la familia, representada por el bufete Sires abogados, clama por justicia. Exigen una indemnización de 114.874,54 euros por lo que consideran una negligencia flagrante. Alegan que el SAS no puso a disposición del paciente todos los medios diagnósticos disponibles, ni siquiera aquellos que no implicaban grandes costes o sofisticación. La demanda de responsabilidad presentada ante el SAS busca no solo resarcir económicamente a la familia, sino también arrojar luz sobre un sistema que, según denuncian, falló a A.G.P. en el momento en que más lo necesitaba. Este caso, sin duda, levanta interrogantes sobre la eficiencia y la calidad de la atención sanitaria en Andalucía.
El caso de A.G.P. no es simplemente un error médico lamentable, sino la evidencia de una profunda disfunción sistémica. Nueve años de sufrimiento, marcados por la demora y el abandono, dejan al descubierto las costuras de un SAS donde la celeridad y la precisión diagnóstica parecen ser lujos inalcanzables para algunos pacientes. La burocracia, la falta de seguimiento y la aparente despreocupación ante síntomas evidentes son fallos que no pueden justificarse con la excusa de la saturación o la falta de recursos. ¿Cuántos A.G.P. existen en nuestra comunidad, silenciados por un sistema que prioriza la eficiencia numérica a la calidad asistencial? La indemnización exigida por la familia, aunque comprensible, palidece ante la pérdida irreparable de años de vida y la confianza depositada en una institución que juró proteger la salud de sus ciudadanos.
No basta con lamentar lo sucedido y esperar que «se tomen medidas». Es imperativo una revisión profunda de los protocolos, la formación del personal y la asignación de recursos. La inversión en tecnología diagnóstica es crucial, sí, pero no sirve de nada si los resultados se acumulan en un cajón esperando una interpretación urgente que nunca llega. Urge humanizar la atención sanitaria, escuchar atentamente a los pacientes y darles la credibilidad que merecen. Este caso debe servir como catalizador para un cambio real, para que el dolor, la demora y la desesperación de A.G.P. no se repitan. De lo contrario, el SAS seguirá siendo un servicio de salud a medias, donde la esperanza se diluye en la burocracia y la negligencia.
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