Málaga se despierta hoy, 14 de octubre de 2025, con la sombra de una noticia que recorre la comunidad tecnológica como un escalofrío: el fin del soporte oficial para Windows 10 fuera de las fronteras de la Unión Europea. Microsoft ha pulsado el botón de «game over» para su sistema operativo estrella, dejando a millones de usuarios a la deriva en un mar de obsolescencia programada, al menos, eso es lo que muchos creen. ¿Es este el principio del fin para aquellos que se resisten a abrazar Windows 11, o existe una luz al final del túnel para los nostálgicos del escritorio clásico?
La decisión de Microsoft, justificada por motivos de seguridad y la necesidad de impulsar la innovación en inteligencia artificial, ha encendido la mecha de la controversia. El gigante de Redmond argumenta que Windows 10 ya no puede seguir el ritmo vertiginoso de las nuevas tecnologías, pero muchos ven en esta medida una estrategia para forzar la actualización a Windows 11, una versión que, según las especificaciones técnicas, deja fuera de juego a un porcentaje significativo de ordenadores antiguos. La OCU estima que un 22% de los usuarios europeos no cumplen con los requisitos mínimos para actualizar a la versión 11, aunque otras fuentes elevan esta cifra hasta un alarmante 42%.
La pregunta que resuena en los foros de tecnología y las conversaciones de café es: ¿qué hacer ahora? Para aquellos afortunados cuyos equipos cumplen con los requisitos de Windows 11, la actualización gratuita es la opción más sencilla, aunque no exenta de riesgos, ya que algunos usuarios han reportado problemas de compatibilidad con ciertos programas y dispositivos. Sin embargo, para la gran mayoría, el camino se bifurca en tres senderos:
* La Resistencia Inútil: Mantener Windows 10 sin soporte es una opción arriesgada, como navegar en un barco a la deriva en aguas infestadas de piratas informáticos. Sin actualizaciones de seguridad, el sistema se convierte en un blanco fácil para virus y malware, poniendo en peligro la información personal y la privacidad.
* El Costoso Salto a Windows 11: Adquirir un nuevo ordenador con Windows 11 preinstalado es la solución más directa, pero también la más dolorosa para el bolsillo. Con un precio medio de 800 euros, muchos usuarios se verán obligados a apretarse el cinturón para seguir el ritmo de la tecnología.
* El Renacimiento con Linux: Para los más audaces y aventureros, existe una alternativa gratuita y de código abierto: Linux. Este sistema operativo ofrece una amplia variedad de distribuciones adaptadas a diferentes necesidades y niveles de experiencia, pero requiere un periodo de adaptación y un cambio en la mentalidad del usuario.
En definitiva, el fin del soporte para Windows 10 marca un punto de inflexión en la historia de la informática personal. ¿Será este el catalizador para una transición masiva a Linux, o la excusa perfecta para renovar nuestros equipos y abrazar la última versión de Windows? El tiempo, y el bolsillo de cada uno, dirán la última palabra.
La obsolescencia programada, disfrazada de innovación y seguridad, vuelve a ser la herramienta preferida de Microsoft para moldear el mercado. Si bien es cierto que la ciberseguridad exige actualizaciones constantes, la decisión de abandonar a los usuarios de Windows 10 fuera de la UE, especialmente cuando un porcentaje significativo no puede permitirse o no necesita las funcionalidades de Windows 11, huele más a estrategia comercial que a genuina preocupación por nuestra seguridad digital. Deberíamos cuestionar si realmente es necesaria esta espiral consumista impuesta por las grandes tecnológicas o si, por el contrario, estamos ante un chantaje encubierto para inflar sus beneficios a costa de la brecha digital.
Más allá del debate sobre la idoneidad de Windows 11, la noticia plantea una reflexión necesaria sobre la dependencia tecnológica que sufrimos. **La verdadera solución no pasa por alimentar el ciclo vicioso de la obsolescencia, sino por fomentar la autonomía y la soberanía digital**. La apuesta por alternativas como Linux, aunque implique una curva de aprendizaje inicial, se revela como un acto de resistencia ante el poder omnímodo de las corporaciones y una oportunidad para construir un futuro tecnológico más inclusivo, sostenible y democrático. Málaga, como polo tecnológico en auge, debería liderar esta transición, impulsando la formación y el acceso a herramientas de código abierto que empoderen a sus ciudadanos y reduzcan la dependencia de soluciones propietarias.
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