La reciente elección de “podredumbre cerebral” como la palabra del año 2024 por el diccionario de Oxford ha elevado a la discusión pública una problemática que se ha ido gestando silenciosamente en los últimos años. Este término describe el deterioro del estado mental e intelectual de las personas debido al consumo excesivo de contenido trivial y de baja calidad en línea. Lo que un principio puede parecer solo un hallazgo lingüístico, ha cobrado sin duda un peso significativo en el ámbito de la salud mental y cognitiva.
Estudios recientes han demostrado que nuestro cerebro está experimentando cambios alarmantes vinculados a la exposición constante y repetitiva a contenidos de redes sociales. Según investigaciones de prestigiosas instituciones académicas, el consumo desmesurado de información puede estar reduciendo la materia gris y debilitando las funciones cognitivas esenciales como la atención, la memoria y la toma de decisiones. Un estudio liderado por investigadores de la Universidad de Macquarie ha evidenciado que el doomscrolling, o desplazamiento compulsivo por contenido en línea, puede generar patrones de comportamiento que recuerdan a los observados en pacientes con adicciones a sustancias.
La generación digital, en particular, se encuentra en la línea de fuego de esta tendencia. Eduard Fernández, psicólogo clínico de Madrid, enfatiza que la exposición constante a estímulos cambiantes de plataformas como Instagram y TikTok obstaculiza las redes neuronales encargadas de mantener la atención sostenida, vital para el aprendizaje y la concentración. De acuerdo a su análisis, el patrón disruptivo de atención que se genera en estas plataformas no solo limita el rendimiento académico, sino que también afecta la capacidad de los jóvenes para procesar información de manera efectiva y crítica.
Mientras que algunos expertos han advertido sobre el problema desde hace más de dos décadas, el auge del uso de smartphones y el contenido viral ha exacerbado la situación. Investigaciones previas ya habían planteado que el bombardeo constante de información puede disminuir el coeficiente intelectual de las personas, mostrando efectos aún más severos que el consumo de sustancias. Este escenario invita a la reflexión sobre el papel que desempeñan las plataformas digitales en nuestra vida diaria y cómo nuestras interacciones con ellas están moldeando nuestras capacidades mentales.
En un mundo donde la información es más accesible que nunca, es crucial encontrar un equilibrio. La ciencia alerta sobre las consecuencias del consumo excesivo de contenidos triviales, y el reto radica en cultivar hábitos más saludables que fomenten un uso responsable de las herramientas digitales. Ignorar esta realidad podría llevar a una generación no solo inteligente, sino también cognitivamente empobrecida. La «podredumbre cerebral» ya no es solo un concepto; es una cruda advertencia sobre el futuro de nuestra mente colectiva.
La elección de «podredumbre cerebral» como palabra del año 2024 por el diccionario de Oxford no solo refleja una tendencia lingüística, sino que pone de manifiesto una crisis que ha ido latente dentro de nuestra sociedad contemporánea. Este término encapsula la creciente preocupación sobre cómo el consumo excesivo de contenido trivial está erosionando nuestras capacidades intelectuales y emocionales. En un momento en que las redes sociales dominan nuestra vida cotidiana, la advertencia sobre el deterioro cognitivo se torna cada vez más relevante. Es alarmante pensar que lo que podría considerarse como una simple distracción digital tiene el potencial de moldear nuestra percepción del mundo y nuestra capacidad para pensar críticamente, lo que inevitablemente plantea preguntas sobre el futuro de nuestra civilización.
En lugar de ceder a la fatalidad que sugiere el término, esta circunstancia debería ser vista como un llamado a la acción. La educación digital y la promoción de un uso consciente de las redes sociales son esenciales para contrarrestar este fenómeno. Las plataformas deben asumir responsabilidad y facilitar entornos en los que el contenido de calidad prevalezca sobre la banalidad, incentivando interacciones que enriquezcan intelectualmente al usuario. A su vez, es fundamental que tanto instituciones educativas como familias fomenten hábitos de consumo de información que prioricen la calidad sobre la cantidad. La «podredumbre cerebral» puede ser evitable, y el primer paso hacia la recuperación de nuestras capacidades cognitivas y críticas radica en tomar decisiones informadas sobre cómo interactuamos con el vasto océano de información que nos rodea y, sobre todo, en recordar que el conocimiento es un recurso valioso que merece ser cultivado y protegido.
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