El debate sobre el uso de pantallas y su impacto en la salud mental de niños y adolescentes continúa siendo un tema candente. ¿Son las pantallas un mero síntoma de problemas subyacentes, o un factor causal directo? Un reciente estudio, publicado en la revista American Psychological Association y que analiza datos de casi 300,000 niños a lo largo de 117 investigaciones, arroja luz sobre esta compleja cuestión, poniendo el foco en los menores de 10 años, etapa clave en el desarrollo emocional. En el eldiariodemalaga.es, analizamos las conclusiones de este trabajo y su implicación para las familias malagueñas.
El estudio revela una correlación significativa: un mayor uso de pantallas a los cinco años se traduce en un aumento de problemas socioemocionales a los siete. Pero la clave reside en la longitudinalidad del análisis, como subraya Roberta Pires Vasconcellos, coautora del estudio. No se trata de una simple instantánea, sino de un seguimiento que permite observar cómo el uso temprano de pantallas puede influir en el desarrollo emocional a largo plazo. Los investigadores definen estos problemas socioemocionales como dificultades en la gestión de emociones y comportamientos, manifestándose en ansiedad, baja autoestima, agresividad o problemas de concentración.
Un hallazgo particularmente preocupante es la preponderancia de los videojuegos como factor de riesgo. Según el estudio, los niños que dedican más tiempo a jugar videojuegos son más propensos a desarrollar problemas emocionales. Esto no significa demonizar los videojuegos per se, sino entender el contexto y el tipo de contenido al que los niños están expuestos. La inmersión en mundos virtuales, si no se equilibra con otras actividades y relaciones sociales, podría generar un círculo vicioso de aislamiento y dependencia.
La investigadora Pires Vasconcellos insiste en que la solución no es simplemente "desconectar" a los niños. Detrás de la adicción a las pantallas puede haber necesidades emocionales insatisfechas. "Si tu hijo está pegado a la tableta, puede que esté tratando de manejar ansiedad o sentirse solo", explica. Sacar el dispositivo sin abordar la causa subyacente sería como tratar la fiebre sin identificar la infección. La clave está en comprender por qué el niño busca refugio en las pantallas y ayudarle a encontrar alternativas saludables para afrontar sus emociones.
Este estudio debe servir como un llamado a la reflexión para padres, educadores y la sociedad en general. No se trata de demonizar la tecnología, sino de promover un uso consciente y responsable. Es fundamental fomentar actividades al aire libre, el contacto social y la creatividad. En Málaga, con su clima privilegiado y rica oferta cultural, tenemos a nuestro alcance innumerables oportunidades para ofrecer a nuestros hijos alternativas enriquecedoras al consumo pasivo de pantallas. La prevención y la intervención temprana son cruciales para garantizar la salud emocional de las futuras generaciones. Es responsabilidad de todos construir un entorno que promueva un desarrollo integral y equilibrado, donde la tecnología sea una herramienta al servicio del bienestar, y no un obstáculo para alcanzarlo.
La reiterada alarma sobre las pantallas y su impacto en la infancia empieza a sonar, paradójicamente, como un disco rayado. No es que el estudio citado carezca de valor, pues la longitudinalidad del análisis es un punto fuerte. Sin embargo, el problema reside en la simplificación de una realidad mucho más compleja. Señalar a los videojuegos como el principal culpable, sin ahondar en las causas subyacentes que llevan a un niño a refugiarse en ellos, es un error que puede llevar a soluciones superficiales y poco efectivas. Reducir la problemática a «tiempo de pantalla» obviando la calidad del contenido o el contexto familiar es, cuanto menos, miope. ¿No estaremos, acaso, culpando al mensajero en lugar de abordar la incomunicación, la falta de atención y las crecientes presiones que sufren los menores?
El llamamiento a la reflexión es, sin duda, bienvenido, pero debe trascender la retórica del «uso responsable» y concretarse en políticas públicas efectivas. Málaga, con su promesa de sol y cultura, no puede ser un mero escaparate. Necesitamos invertir en espacios públicos seguros y atractivos para la infancia, en programas de apoyo familiar que aborden las causas del malestar emocional infantil y en una formación docente que prepare a los educadores para navegar en este nuevo ecosistema digital. De lo contrario, el estudio quedará en una mera anécdota alarmista, incapaz de transformar la realidad de los niños malagueños que, cada vez más, buscan refugio en un mundo virtual que, a menudo, les ofrece más consuelo que el real.
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