En una era donde los datos son el nuevo petróleo, un nombre resuena con fuerza en los pasillos de Bruselas y Silicon Valley: Max Schrems. Este abogado austriaco, conocido por sus batallas legales contra gigantes tecnológicos como Facebook, Apple y Google, se ha convertido en una figura clave en la definición de la legislación europea sobre privacidad de datos. Desde el Cloud Summit 2025 en Madrid, Schrems reflexionó sobre el futuro de la protección de datos en un mundo marcado por tensiones geopolíticas y avances tecnológicos vertiginosos.
Schrems, cuya organización Noyb (None of Your Business) es un faro para los defensores de la privacidad, ha demostrado una tenacidad inquebrantable en su lucha por garantizar que las empresas estadounidenses respeten los estándares comunitarios. Su cruzada no se limita a demandas individuales; ha desafiado acuerdos transatlánticos de transferencia de datos, argumentando que la legislación estadounidense no ofrece la protección adecuada a los ciudadanos europeos. Su impacto es innegable: el RGPD, la legislación estrella de la UE en materia de protección de datos, lleva su impronta.
Con el regreso de Trump a la Casa Blanca, las tensiones comerciales entre EE. UU. y la UE se han intensificado, y la industria digital se encuentra en la línea de fuego. Schrems advierte que Europa debe prepararse para defender sus intereses en este nuevo panorama. «Un sistema legal demuestra su solidez cuando se enfrenta a un presidente ‘loco'», afirmó, subrayando que la capacidad de la UE para tomar represalias en el ámbito digital es una herramienta clave en esta confrontación.
La reciente imposición de multas a Meta y Apple por parte de la Comisión Europea, en medio de esta guerra arancelaria, es una señal de que Bruselas está dispuesta a hacer cumplir sus leyes, incluso si eso significa desafiar a las mayores empresas tecnológicas del mundo. Schrems critica la respuesta de Meta, calificándola de «trumpista» y equiparándola a un conductor que, tras ser multado por exceso de velocidad, se queja de ser discriminado por ser rico.
Más allá de las tensiones comerciales, Schrems advierte sobre la peligrosa dependencia tecnológica de Europa con respecto a EE. UU. La posibilidad de que empresas estadounidenses restrinjan sus servicios en países europeos, como se ha sugerido en el contexto de Groenlandia y Dinamarca, es una amenaza real que podría socavar la confianza en estas compañías. La UE debe abordar esta cuestión de manera proactiva, fomentando la innovación local y reduciendo su vulnerabilidad a las decisiones políticas de Washington. El futuro de la privacidad de datos en Europa, y la capacidad de la UE para ejercer su soberanía digital, dependen de ello.
La figura de Max Schrems, catapultada a la palestra desde el Cloud Summit de Madrid, lejos de ser la de un mero activista digital, representa un **síntoma de la inoperancia, o al menos la lentitud exasperante, de las instituciones europeas en materia de soberanía tecnológica**. Celebrar sus victorias legales, por más necesarias y justas que sean, es también admitir que dependemos de un David solitario para enfrentarnos a Goliats empresariales que deberían ser regulados, controlados y, llegado el caso, sancionados con mucha mayor celeridad por los organismos competentes. Si bien el RGPD es un hito, su gestación y aplicación siguen adoleciendo de una falta de músculo político que pone en riesgo su efectividad real en un contexto geopolítico cada vez más polarizado.
La advertencia de Schrems sobre la dependencia tecnológica europea es un grito que resuena con ecos de décadas de inacción. **Europa, mientras se congratula de su liderazgo normativo, sigue permitiendo que sus datos y su futuro digital estén en manos de empresas que, al final del día, responden a los intereses de otra potencia**. La retórica de la «guerra comercial» y la posible vuelta de tuerca de Trump no son sino catalizadores de una crisis ya existente. Es imperativo que la UE, en lugar de limitarse a reaccionar a las amenazas externas, invierta de forma decidida en la innovación local, en la creación de alternativas europeas y en una estrategia digital que priorice la autonomía y la seguridad de sus ciudadanos por encima de los beneficios a corto plazo.
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