En la soleada y cosmopolita Marsella, un nuevo conflicto emerge a la sombra de los cruceros y la revolución digital. La ciudad, que presume de ser un nodo clave en el tráfico de datos global, se enfrenta a una encrucijada donde el apetito insaciable de los centros de datos choca frontalmente con las necesidades energéticas de una comunidad que anhela respirar aire limpio y disfrutar de un entorno menos ruidoso. La prometida electrificación de la terminal de cruceros, una iniciativa destinada a mitigar la contaminación y el constante zumbido de los motores, se ve amenazada por la voracidad energética de los centros de datos que han proliferado en la zona portuaria.
La creciente demanda de electricidad, impulsada por la expansión de la inteligencia artificial y el almacenamiento de datos, ha puesto en jaque la capacidad de la ciudad para suministrar energía tanto a la industria digital como a los servicios tradicionales. Mientras que el alcalde Benoît Payan ve en la ola digital una oportunidad de oro para el crecimiento económico, voces críticas como la del teniente de alcalde Sébastien Barles alertan sobre los riesgos de priorizar el desarrollo tecnológico a expensas del bienestar de los ciudadanos y la sostenibilidad del medio ambiente. Los vecinos de Saint-André, acostumbrados al ir y venir de los cruceros, temen que la contaminación acústica y atmosférica se agudice, y ven cómo se posterga la electrificación de los buques, una medida que prometía un respiro a sus pulmones y oídos.
La situación en Marsella refleja un dilema cada vez más común en las ciudades que aspiran a convertirse en centros tecnológicos: ¿cómo equilibrar la promesa de innovación y prosperidad con la necesidad de preservar el medio ambiente y garantizar la calidad de vida de sus habitantes? La respuesta no es sencilla, y requiere una reflexión profunda sobre el modelo de desarrollo que queremos construir. La ciudad, convertida en un cruce de caminos de la fibra óptica submarina, debe sopesar cuidadosamente los beneficios y los costes de su ambición digital. El futuro de Marsella pende de un hilo, un cable delgado que conecta la ciudad con el mundo, pero que también puede estrangular su capacidad para respirar.
Mientras tanto, activistas como Anti y Max, del colectivo Le nuage était sous nos pieds, luchan por concienciar sobre los impactos socioambientales de la tecnología. Denuncian las fugas de gases fluorados en los centros de datos y advierten sobre la dependencia energética de una ciudad que produce solo una fracción de la electricidad que consume. Su voz resuena con fuerza entre aquellos que ven en la digitalización descontrolada una amenaza para el planeta y para las comunidades locales. En este escenario de incertidumbre y controversia, Marsella se enfrenta a la tarea de reinventarse, buscando un equilibrio entre la innovación tecnológica y la sostenibilidad ambiental, entre el progreso económico y el bienestar social. El desafío es mayúsculo, pero la recompensa, un futuro próspero y habitable, bien vale la pena el esfuerzo.
Marsella, espejo de una encrucijada global, nos recuerda que la **falsa dicotomía entre progreso tecnológico y sostenibilidad medioambiental** ya no es sostenible. Celebrar la digitalización como un fin en sí mismo, sin considerar las externalidades ambientales y sociales, es una miopía peligrosa. El espejismo de un crecimiento económico basado en la voracidad energética de los centros de datos, mientras se posterga la electrificación de la terminal de cruceros, revela una priorización cuestionable. La ciudad debe repensar su modelo de desarrollo, alejándose de la lógica extractivista que considera los recursos naturales como infinitos y la salud de sus ciudadanos como un daño colateral aceptable.
Más allá de la retórica del «futuro próspero y habitable», la situación en Marsella exige acciones concretas y transparentes. **Es imperativo un debate público informado sobre el consumo energético real de la infraestructura digital**, incluyendo las emisiones de gases fluorados y la dependencia de fuentes de energía externas. Urge una planificación urbana que priorice la eficiencia energética, la diversificación de las fuentes de energía renovables y la participación ciudadana en la toma de decisiones. De lo contrario, Marsella corre el riesgo de convertirse en un parque temático tecnológico, despojado de su identidad y de la calidad de vida de sus habitantes, un aviso para Málaga y otras ciudades que se suben al tren del «progreso» a ciegas.
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