Málaga, 26 de agosto de 2025 – La tecnología sigue desafiando los límites de la vida y la muerte, planteando interrogantes éticos y emocionales que hasta hace poco pertenecían al terreno de la ciencia ficción. ¿Se imaginan poder «conversar» con un ser querido fallecido a través de un avatar impulsado por Inteligencia Artificial? La investigadora Katarzyna Nowaczyk-Basinska, del Centro Leverhulme para el Futuro de la Inteligencia, ha dedicado casi una década a explorar este inquietante futuro, y sus hallazgos son reveladores.
La idea de transformar a nuestros antepasados en entidades digitales con las que interactuar ya no es una fantasía. Empresas, principalmente en Estados Unidos y China, están ofreciendo servicios para crear avatares póstumos, réplicas virtuales basadas en la información personal y digital del fallecido. Estos avatares podrían «participar» en funerales o incluso ofrecer testimonios en juicios, difuminando las líneas entre el recuerdo y la realidad.
Pero, ¿cómo afectará esto a nuestras costumbres y tradiciones? Nowaczyk-Basinska plantea un escenario en el que la visita al cementerio podría convertirse en una práctica obsoleta. La inmediatez y la accesibilidad de un avatar en el móvil, capaz de ofrecer conversaciones interactivas y envolventes, podrían eclipsar la experiencia tradicional de luto. Imagine tener a su abuelo o abuela «en una videollamada» siempre que lo necesite, compartiendo recuerdos y consejos a través de una interfaz digital.
Si bien la promesa de mantener viva la memoria de nuestros seres queridos es tentadora, también surgen preocupaciones sobre la autenticidad y la manipulación. ¿Qué garantías tenemos de que estos avatares representen fielmente la personalidad y los valores del fallecido? ¿Podrían ser utilizados para fines comerciales o incluso para difundir información errónea?
La disponibilidad de estos servicios es cada vez mayor, aunque aún con una importante barrera lingüística. Pero pronto, acceder a esta tecnología en nuestro país podría ser tan sencillo como contratar una suscripción. ¿Estamos preparados para las implicaciones emocionales y sociales de esta nueva forma de duelo? La pregunta está abierta, y la respuesta dependerá de nuestra capacidad para equilibrar la innovación tecnológica con la ética y el respeto por la memoria de quienes ya no están. El debate está servido en los cafés de Málaga, desde El Palo hasta la Malagueta, mientras la ciudad observa con curiosidad y cautela el avance imparable de la inteligencia artificial.
La noticia de los avatares póstumos aterrizando en Málaga nos enfrenta a un espejo distorsionado del duelo. Si bien la tecnología promete perpetuar la conexión con nuestros seres queridos, sospecho que lo que realmente ofrece es una versión edulcorada y controlada de la memoria. La autenticidad de estos avatares es inherentemente dudosa, al ser meras construcciones algorítmicas basadas en datos, sin la complejidad ni las contradicciones que definen a un ser humano. ¿No corremos el riesgo de idealizar el pasado, enterrando bajo una capa de nostalgia digital las verdaderas vivencias, las diferencias y hasta los conflictos que formaron parte de esas relaciones? La visita al cementerio, por cruda que sea, es un acto de honestidad; confrontación con la finitud y la imperfección de la vida, algo que un avatar jamás podrá replicar.
La accesibilidad de esta tecnología, convertida en una suscripción más en nuestro móvil, es precisamente lo que me inquieta. Al banalizar el duelo, convirtiéndolo en una interacción digital on-demand, se corre el peligro de deshumanizar la experiencia de la pérdida. Imagino las implicaciones para las generaciones futuras, criadas en un mundo donde la muerte se puede simular y manipular. ¿Aprenderán realmente a procesar el dolor, a valorar el presente, a construir relaciones significativas si tienen a mano una réplica digital de sus seres queridos para «consolarse» en cualquier momento? En lugar de abrazar la complejidad del luto, podríamos estar creando una sociedad infantilizada, incapaz de enfrentar la realidad de la vida y la muerte sin filtros ni simulacros.
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