Hoy, 17 de agosto de 2025, la brisa marina que acaricia las playas de Málaga trae consigo un debate que resuena con fuerza en el sector tecnológico: ¿ha alcanzado la Inteligencia Artificial (IA) el cenit de su hype o se ha quedado a medio camino, atrapada en un limbo de expectativas incumplidas? La sombra de GPT-5, la última joya de la corona de OpenAI, se alarga sobre la ciudad, pero lejos de generar admiración, evoca un sentimiento agridulce. "Parece hecho por ChatGPT" se ha convertido en un latiguillo que denota mediocridad, una alarmante señal de que la IA, lejos de revolucionar nuestras vidas, podría estar condenada a ser una herramienta más, omnipresente pero ineficaz.
La promesa de una IA superinteligente, capaz de resolver los problemas más acuciantes de la humanidad, se desvanece como un castillo de arena ante la marea de la realidad. Lejos de los apocalipsis distópicos y las utopías tecnológicas, nos encontramos con una "so-so technology", como la define el Nobel de Economía Daron Acemoglu, que inunda nuestras vidas con resultados mediocres y errores garrafales. Desde jueces engañados por jurisprudencia inventada hasta conejos saltarines generados por ordenador que cautivan a millones en TikTok, la IA se revela como una herramienta falible, que nos hace fallar y nos obliga a cuestionar la veracidad de todo lo que vemos y escuchamos.
En Málaga, una ciudad que siempre ha mirado al futuro con optimismo, el debate sobre la IA es especialmente relevante. Las empresas locales, desde startups tecnológicas hasta negocios tradicionales, se enfrentan al dilema de integrar estas herramientas en sus procesos. ¿Es la IA una oportunidad para aumentar la eficiencia y la competitividad, o una trampa que puede comprometer la calidad y la autenticidad? La respuesta, como suele ocurrir, reside en el equilibrio. La IA puede ser una herramienta poderosa, pero solo si se utiliza con criterio, ética y responsabilidad.
La clave está en no dejarse deslumbrar por las promesas vacías y en mantener una actitud crítica ante los resultados. En lugar de delegar tareas complejas a la IA, las empresas deben centrarse en utilizarla como un apoyo para mejorar sus procesos y potenciar el talento humano. La IA puede ser un excelente asistente, pero nunca un sustituto del pensamiento crítico, la creatividad y la empatía. En Málaga, una ciudad que valora la tradición y la innovación, la clave para integrar la IA con éxito reside en encontrar el equilibrio perfecto entre ambas. La IA no debe ser una amenaza, sino una herramienta para construir un futuro mejor, más próspero y sostenible.

La burbuja de la Inteligencia Artificial, reflejada ahora en la resignación malagueña ante un GPT-5 que suena a déjà vu tecnológico, estalla silenciosamente. Nos habíamos creído el cuento de la superinteligencia resolviendo problemas globales, y nos encontramos con software que, en el mejor de los casos, replica la mediocridad humana a una escala sin precedentes. **El verdadero peligro no radica en la rebelión de las máquinas, sino en la complacencia con resultados insatisfactorios, en la aceptación tácita de una IA que adormece el pensamiento crítico en lugar de potenciarlo.** La costa del sol, ávida de innovación, debe resistirse a caer en esta trampa, apostando por la calidad sobre la cantidad y exigiendo a la IA un estándar más elevado que la simple reproducción de patrones preexistentes.
Más allá del debate sobre la utilidad de la IA en el tejido empresarial malagueño, subyace una cuestión ética fundamental: ¿qué estamos dispuestos a sacrificar en aras de la eficiencia? La búsqueda del equilibrio entre tradición e innovación no debe traducirse en una aceptación acrítica de herramientas que, como bien señala Acemoglu, podrían perpetuar desigualdades y erosionar la creatividad humana. **Es imperativo que Málaga se convierta en un faro de prudencia tecnológica, un lugar donde la IA se utilice como un catalizador para el crecimiento humano, no como un sustituto de la inteligencia, la empatía y el pensamiento original.** La verdadera revolución no está en la automatización, sino en la forma en que elegimos interactuar con estas nuevas tecnologías, asegurando que sirvan a nuestros valores y no al revés.
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