La inteligencia artificial, omnipresente en el debate público y empresarial, se vende como la panacea para los males del siglo XXI. Sin embargo, en eldiariodemalaga.es, nos preguntamos: ¿es realmente una herramienta neutra al servicio del progreso, o una nueva forma de control orquestada por las grandes tecnológicas? Málaga, con su creciente ecosistema tecnológico, no es ajena a esta disyuntiva.
La euforia por la IA no debe cegarnos ante una realidad innegable: el control de esta tecnología está peligrosamente concentrado en manos de un puñado de corporaciones. Microsoft, Google, Meta y Amazon, gigantes que ya dominan nuestras vidas digitales, extienden ahora su influencia al ámbito de la inteligencia artificial. ¿Qué implicaciones tiene que estas empresas decidan el futuro de la educación, la sanidad o la justicia en nuestra ciudad? La respuesta, lejos de ser tranquilizadora, nos enfrenta a la posibilidad de decisiones cruciales tomadas por algoritmos opacos, sin rendir cuentas a la ciudadanía.
En Málaga, como en el resto del mundo, la automatización impulsada por la IA está transformando el mercado laboral. Mientras algunos celebran la creación de nuevos empleos en el sector tecnológico, otros ven con preocupación la precarización del trabajo y la sustitución de profesionales por sistemas automatizados. ¿Cómo garantizamos que la innovación tecnológica no genere una brecha aún mayor en nuestra sociedad? La respuesta exige una reflexión profunda sobre el modelo de desarrollo que queremos para nuestra ciudad.
No podemos permitir que la promesa de la IA nos distraiga de los problemas reales que enfrentamos. La crisis climática, las desigualdades sociales y el deterioro de las instituciones democráticas no se resolverán mágicamente con algoritmos. Es fundamental que Málaga apueste por un desarrollo tecnológico responsable y sostenible, que ponga a las personas en el centro y que garantice la transparencia y la rendición de cuentas. De lo contrario, la inteligencia artificial se convertirá en un espejismo que oculta una realidad cada vez más injusta y desigual.
La seducción tecnológica que ejerce la Inteligencia Artificial sobre Málaga, y su ambición de convertirse en polo tecnológico, es innegable, pero también peligrosamente ingenua. No podemos obviar que la «innovación» a menudo se disfraza de progreso para justificar la concentración de poder y riqueza en manos de unos pocos, y la IA, por desgracia, no parece ser una excepción. La proliferación de centros de datos y empresas tecnológicas, si bien genera empleo (aunque a menudo precario), también puede convertirse en una nueva forma de colonialismo digital, donde las decisiones que afectan a la vida de los malagueños se toman en Silicon Valley, sin transparencia ni control democrático real.
La clave, por tanto, reside en cómo Málaga decide gestionar este «boom» tecnológico. No basta con atraer inversión y generar titulares; es crucial priorizar un modelo de desarrollo tecnológico que tenga un marcado acento social, ético y ambiental. Esto implica exigir transparencia a las empresas, fomentar la formación en habilidades digitales para toda la población (no solo para los ingenieros), y promover la creación de una legislación que proteja los derechos de los ciudadanos frente al poder desmedido de los algoritmos. De lo contrario, la IA en Málaga será un espejismo brillante que oculta una realidad más oscura: una ciudad a merced de los intereses de las grandes tecnológicas, con una ciudadanía cada vez más vulnerable y desempoderada.
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