Málaga, 10 de julio de 2025 – La inteligencia artificial ha dado un paso que desafía nuestra comprensión de la empatía y las emociones. Un estudio reciente, publicado en Royal Society Open Science, revela que los sistemas multimodales, como ChatGPT-4o, Gemini Pro y Claude Sonnet, son capaces de procesar y puntuar emociones en imágenes de manera sorprendentemente similar a los humanos. Esta revelación, que llega en pleno auge tecnológico en la Costa del Sol, plantea interrogantes cruciales sobre el futuro de la IA y su impacto en la sociedad malagueña y global.
El estudio, que ha generado un revuelo en la comunidad tecnológica de Málaga, se basó en la comparación de las respuestas de estos sistemas de IA con las de un grupo de voluntarios humanos. Los participantes, tanto humanos como artificiales, debían evaluar el contenido emocional de diversas imágenes, utilizando escalas que medían la valencia (positiva o negativa), la dirección motivacional (relajación o alerta) y la activación (evitación o acercamiento). Los resultados fueron asombrosos: los modelos de IA, especialmente GPT, mostraron una correlación muy alta con las respuestas humanas, alcanzando hasta un 0,90 en una escala de 1.
¿Cómo es posible que una máquina, desprovista de sentimientos, pueda imitar la percepción emocional humana? Los investigadores sugieren que la clave reside en la vasta cantidad de datos de entrenamiento utilizados para desarrollar estos sistemas. Las bases de datos multimodales, compuestas por miles de millones de imágenes y sus descripciones textuales, permiten a la IA aprender las correlaciones entre las palabras, las imágenes y las emociones asociadas. En esencia, la IA está aprendiendo a "sentir" a través del lenguaje y la experiencia visual.
Esta capacidad de la IA para comprender y replicar las emociones humanas abre un abanico de posibilidades en diversos campos. En Málaga, conocida por su vibrante sector turístico y cultural, la IA podría utilizarse para mejorar la experiencia del cliente, personalizar la atención al ciudadano o incluso crear obras de arte generativas que evoquen emociones específicas. Sin embargo, también plantea desafíos éticos importantes. ¿Cómo podemos garantizar que la IA se utiliza de manera responsable y que sus respuestas emocionales no sean sesgadas o manipuladoras?
El debate está abierto, y la comunidad tecnológica malagueña está llamada a liderar la reflexión sobre el futuro de la IA y las emociones. La clave reside en establecer marcos éticos sólidos y en fomentar la transparencia en el desarrollo y la implementación de estas tecnologías. Solo así podremos aprovechar el potencial de la IA para mejorar nuestras vidas, sin comprometer nuestros valores humanos fundamentales. El futuro, como siempre, está en nuestras manos.
El titular nos bombardea con la capacidad, supuestamente revolucionaria, de la IA para «sentir». Sin embargo, confundir la correlación estadística con la experiencia emocional es, en el mejor de los casos, una simplificación peligrosa y, en el peor, una estrategia de marketing encubierta. Que un algoritmo pueda puntuar emociones en imágenes con una precisión comparable a la humana no significa que las comprenda ni, mucho menos, que las sienta. Esta narrativa, impulsada por el fervor tecnológico que inunda Málaga y otras ciudades, desdibuja la línea crucial entre la simulación y la realidad, creando expectativas infladas que, inevitablemente, conducirán a la decepción y a una desconfianza justificada en el potencial real de la IA.
Mientras la comunidad tecnológica malagueña se auto-proclama líder en la reflexión sobre el futuro de la IA y las emociones, convendría preguntarse quién está realmente liderando esta conversación y con qué intereses. La retórica sobre «marcos éticos sólidos» y «transparencia» suena hueca cuando la implementación de estas tecnologías avanza a un ritmo vertiginoso, impulsada por la promesa de beneficios económicos inmediatos. En lugar de dejarnos seducir por la brillantez superficial de la IA «emocional», deberíamos enfocarnos en abordar los problemas reales que enfrenta nuestra sociedad, invirtiendo en educación, sanidad y bienestar social, en lugar de depositar nuestra fe en soluciones tecnológicas que, a menudo, no son más que espejismos digitales.
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