En un mundo donde la inteligencia artificial (IA) se ha infiltrado en casi todos los aspectos de nuestra vida, desde la redacción de correos electrónicos hasta la conducción de vehículos, surge una pregunta apremiante: ¿a qué costo? La vertiginosa expansión de la IA, impulsada por gigantes tecnológicos como Google y OpenAI, está generando un consumo energético que, según los expertos, podría desestabilizar las redes eléctricas y exacerbar la crisis climática. La omnipresente IA, que en noviembre cumplirá tres años desde la aparición de ChatGPT, se ha convertido en uno de los sitios web más visitados del mundo, superando a gigantes de redes sociales.
Google revela que una simple interacción con su IA Gemini consume 0.24 vatios por hora, equivalente a ver televisión durante unos fugaces nueve segundos. Aunque esta cifra parezca insignificante, la acumulación de millones de consultas diarias resulta alarmante. El Lawrence Berkeley National Laboratory (LBNL) estima que los centros de datos ya representan el 4.4% del consumo eléctrico en Estados Unidos, y proyecta que para 2028, la IA consumirá más de la mitad de la electricidad destinada a estos centros, el equivalente al 22% de la demanda doméstica total.
El aumento del tamaño de los modelos IA, que se duplica cada tres meses y medio, exige cantidades exponenciales de potencia de cómputo. Este crecimiento desmedido, combinado con el creciente número de usuarios, está creando una tormenta perfecta. Mil millones de consultas diarias, una fracción de las que se realizan actualmente, podrían traducirse en más de 109 gigavatios-hora al año, suficiente para alimentar a más de 10,000 hogares en un país desarrollado. En este sentido, la ambición por el perfeccionamiento de los productos impulsados por la IA tiene un costo ambiental muy alto.
A pesar de las sombrías proyecciones, existen voces optimistas. Savannah Goodman, directora de los Laboratorios de Energía Avanzados de Google, destaca los avances en la eficiencia energética, afirmando que han reducido la energía y la huella de carbono por consulta a Gemini entre 33 y 44 veces en el último año. Sin embargo, el entrenamiento de los modelos IA sigue siendo un factor crítico. El entrenamiento de GPT-4, por ejemplo, requirió una inversión de más de 100 millones de euros y 50 gigavatios-hora de energía, suficiente para alimentar ciudades del tamaño de Sevilla durante varios días. La pregunta que debemos hacernos es si este progreso en la eficiencia es suficiente para contrarrestar el crecimiento exponencial del consumo. ¿Estamos dispuestos a sacrificar recursos naturales y estabilidad climática en pos de la innovación en IA?
La carrera desenfrenada hacia una inteligencia artificial omnipresente nos enfrenta a un dilema moral y ecológico de proporciones alarmantes. Celebrar la innovación mientras ignoramos el costo energético que conlleva se antoja, cuanto menos, hipócrita. No basta con aplaudir la eficiencia algorítmica si esta no compensa la voracidad energética intrínseca al desarrollo y mantenimiento de estos sistemas. La promesa de un futuro tecnológicamente avanzado no puede sustentarse sobre una base insostenible que comprometa el futuro del planeta. Se necesita un debate profundo y honesto sobre los límites de esta ambición, evaluando si el precio a pagar por la comodidad y la supuesta mejora productiva es, en última instancia, demasiado elevado.
El optimismo tecnológico proclamado por algunos, con sus promesas de eficiencia energética en el futuro, suena a un eco lejano frente a la realidad palpable del presente. Es imperativo exigir a las grandes corporaciones tecnológicas una transparencia radical sobre el consumo energético de sus modelos de IA, así como una inversión masiva en fuentes de energía renovables para alimentar sus centros de datos. No podemos permitir que la innovación en IA se convierta en una cortina de humo que oculte un modelo de desarrollo insostenible y socialmente irresponsable. El futuro de Málaga, y del planeta, depende de que tomemos decisiones valientes y prioricemos la sostenibilidad por encima de la mera expansión tecnológica.
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