Un reciente estudio internacional ha sacudido las nociones preconcebidas sobre la vulnerabilidad de los adultos mayores frente a la desinformación en línea. Aunque hasta ahora se atribuía su mayor consumo de noticias dudosas a una menor habilidad digital, la investigación revela que las raíces del fenómeno se encuentran más bien en sus profundas convicciones ideológicas. Según los autores del estudio, esta nueva perspectiva señala que el sesgo de confirmación puede ser el verdadero agente detrás de la propagación de desinformación entre este grupo demográfico.
“Las personas mayores tienden a compartir más desinformación, no debido a su falta de capacidad para navegar en el entorno digital, sino porque poseen lazos partidistas que influyen directamente en su percepción de la realidad”, explica Ben Lyons, profesor de la Universidad de Utah y coautor del estudio. Este hallazgo sugiere que los adultos mayores se ven arrastrados a consumir y compartir información que favorece a sus creencias políticas, incluso si esa información es engañosa o falsa.
El análisis también refleja cómo la fragmentación del panorama mediático ha permitido que medios hiperpartidistas florezcan y capten la atención de este segmento de la población. “Los medios que se enfocan en desacreditar la izquierda han encontrado un nicho que los mayores valoran ampliamente, especialmente entre aquellos con inclinaciones políticas a la derecha”, añade Lyons. Este cambio en el consumo mediático refuerza la idea de que la ideología previamente arraigada puede sobrepasar la capacidad crítica de evaluar la veracidad de la información.
Aunque no se puede ignorar el papel de la falta de habilidades digitales en la propagación de la desinformación, el estudio indica que esta es una complicación que se manifiesta como un efecto secundario de las convicciones políticas. “Los adultos mayores pueden ser más propensos a confiar en lo que suena como noticia, pero su habilidad para discernir su origen es muchas veces limitada por el sesgo que ya posean”, afirma Mariken van der Velden, profesora en la Universidad Libre de Amsterdam.
Al profundizar en este fenómeno, los investigadores descubren que el sesgo de confirmación es un predictor fuerte que afecta la selección de noticias entre los mayores. Esto implica que muchos de estos lectores pueden estar más dispuestos a aceptar información que corroboran sus creencias, sin importar su objetividad. El impacto de este comportamiento no solo afecta su percepción política, sino que también amplifica la polarización social existente.
Con estos hallazgos en mente, surge la necesidad de replantear las estrategias para educar a los adultos mayores en la era digital. Las iniciativas destinadas a desarrollar habilidades críticas y de análisis entre este grupo pueden no ser suficientes si no se abordan también las predisposiciones ideológicas que llevan a aceptar información errónea. La educación mediática debe abarcar no solo la identificación de fuentes confiables, sino también el fomento de un cuestionamiento crítico de los propios sesgos.
El estudio demuestra que el combate contra la desinformación es un desafío multidimensional, donde la relación entre la tecnología y las creencias profundamente arraigadas se entrelazan. En la búsqueda de una sociedad mejor informada, es imperativo entender estas dinámicas y trabajar hacia soluciones que atiendan tanto las habilidades digitales como los prejuicios ideológicos.
El reciente estudio que revela cómo las convicciones ideológicas, más que la falta de habilidades digitales, son el verdadero motor del consumo de desinformación entre los adultos mayores, plantea un reto inmenso para la sociedad actual. Este fenómeno no solo pone de manifiesto la vulnerabilidad de este segmento demográfico, sino que también nos lleva a cuestionar el papel de los medios de comunicación en la creación de un entorno informativo seguro y veraz. La proliferación de medios hiperpartidistas, que alimentan la polarización política, parece haber encontrado un receptáculo fértil en el imaginario de los mayores, quienes se aferran a narrativas que refuercen sus creencias, aun a costa de la objetividad. Así, la desinformación se convierte en un espejo distorsionado de nuestras diferencias ideológicas, un eco que reverbera en un contexto donde la crítica y el análisis parecen perder protagonismo frente al sesgo de confirmación.
Ante esta realidad, resulta urgente replantear nuestras estrategias de educación mediática para este grupo de población. No basta con ofrecer programas que mejoren las habilidades digitales; es fundamental que estas iniciativas también aborden las predisposiciones ideológicas que perpetúan la aceptación de información errónea. Fomentar un cuestionamiento crítico de los propios sesgos no solo enriquecería la capacidad de discernimiento, sino que podría servir como un antídoto contra la polarización. Así, en lugar de ver a los adultos mayores simplemente como víctimas de la desinformación, debemos empoderarlos como consumidores críticos de información. En definitiva, el camino hacia una sociedad mejor informada pasa por un entendimiento profundo de las dinámicas entre ideología y tecnología, y por la construcción de espacios de diálogo que desmantelen la burbuja de desinformación en la que han quedado atrapados muchos de nuestros mayores.
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