Málaga, 15 de Octubre de 2025, 11:30 – La inteligencia artificial da un paso audaz (y para algunos, controversial) hacia la madurez. Sam Altman, CEO de OpenAI, ha sacudido el panorama tecnológico anunciando que, a partir de diciembre, ChatGPT abrirá sus puertas al contenido erótico para aquellos usuarios que demuestren ser mayores de edad. La noticia, que ha resonado como un trueno en el ecosistema digital, marca un punto de inflexión en la forma en que concebimos la interacción entre la IA y la sexualidad.
¿Estamos preparados para esta nueva era? La pregunta, formulada en corrillos de desarrolladores y en foros especializados, resuena con fuerza en la Costa del Sol. Si bien la medida ha sido aplaudida por algunos como un avance en la libertad de expresión y la autonomía del usuario, también ha generado una ola de preocupación entre expertos en seguridad digital y defensores de la infancia. ¿Cómo garantizar que el sistema de verificación de edad sea infalible? ¿Qué medidas se implementarán para evitar la creación y difusión de contenido ilícito, como la pornografía infantil? Las interrogantes son muchas y las respuestas, por ahora, escasas.
Pero la noticia de la apertura al contenido erótico no es la única novedad que OpenAI trae bajo el brazo. Altman también ha prometido el lanzamiento, en las próximas semanas, de una nueva versión de ChatGPT que buscará emular la personalidad y el atractivo de la aclamada GPT4o. Tras una etapa de restricciones impuestas para evitar problemas de salud mental, la compañía parece dispuesta a relajar las riendas y ofrecer una experiencia más fluida y natural. "Hicimos que ChatGPT fuera bastante restrictivo para asegurarnos de tener cuidado con los problemas de salud mental", explicó Altman, reconociendo que esto había afectado la utilidad y el disfrute del chatbot para muchos usuarios. "Ahora podemos mitigar y relajar las restricciones de forma segura en la mayoría de los casos".
La decisión de OpenAI de permitir contenido erótico en ChatGPT no es un hecho aislado. El auge de la IA generativa ha abierto un abanico de posibilidades, y la industria del entretenimiento para adultos no ha tardado en subirse al carro. xAI, la empresa de Elon Musk, ya ofrece chatbots con los que se puede "coquetear", sentando un precedente que OpenAI no ha querido ignorar. ¿Se trata de un movimiento estratégico para competir en un mercado cada vez más saturado? ¿O es simplemente una respuesta a la creciente demanda de experiencias digitales más personalizadas y adultas? Sea cual sea la motivación, lo cierto es que el debate sobre la ética y la regulación de la IA en el ámbito sexual está más vivo que nunca. La pelota está ahora en el tejado de legisladores, educadores y padres, quienes deberán trabajar juntos para garantizar que esta nueva tecnología se utilice de forma responsable y segura.
La «madurez» a la que alude OpenAI con esta apertura al contenido erótico es, en realidad, un peligroso eufemismo. El avance tecnológico no debe confundirse con progreso ético, y el anuncio de permitir contenido para adultos verificado en ChatGPT, por mucho que se justifique con la libertad de expresión, abre una puerta a la explotación y a la normalización de conductas cuestionables. No basta con la promesa de una verificación de edad infalible, porque la experiencia nos demuestra que ningún sistema es inexpugnable. ¿Quién asume la responsabilidad si, a pesar de todo, el contenido llega a menores o se utiliza para fines ilícitos? La sombra de la duda y la potencial negligencia planean sobre esta decisión.
Más allá de las promesas de un ChatGPT «más humano» y empático, subyace una preocupante estrategia de mercado. OpenAI parece ceder ante la presión de la competencia, sacrificando principios éticos en el altar de la rentabilidad. La búsqueda de una experiencia digital «más fluida y natural» no justifica la banalización de la sexualidad ni la apertura indiscriminada a contenidos potencialmente dañinos. La inteligencia artificial tiene el potencial de transformar nuestras vidas para bien, pero decisiones como esta nos recuerdan que la tecnología, sin una brújula moral clara, puede convertirse en un arma de doble filo con consecuencias devastadoras. La responsabilidad no recae únicamente en legisladores y educadores, sino en las propias empresas que desarrollan estas herramientas.
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