En un mundo cada vez más dominado por la inteligencia artificial, surge una inquietante pregunta: ¿Estamos siendo engañados por la apariencia de comprensión de estas máquinas? La llamada "Comprensión Potemkin", un término acuñado por investigadores del MIT, Harvard y Chicago, se refiere a la capacidad de los grandes modelos de lenguaje como ChatGPT para simular la inteligencia sin poseer una comprensión genuina del mundo que les rodea.
El problema no radica en la capacidad de estas IA para generar textos coherentes y convincentes, sino en la ausencia de un entendimiento profundo de los conceptos que manejan. Como explica Daniela Godoy, doctora en Ciencias de la Computación de ISISTAN – UNICEN, estos modelos se basan en el análisis de vastas cantidades de datos provenientes de internet, imitando patrones lingüísticos y relaciones estadísticas. Sin embargo, carecen de la capacidad de contextualizar, inferir y comprender las sutilezas del lenguaje humano, especialmente aquellas que se manifiestan en la interacción social.
La IA ha logrado imitarnos, pero aún no puede replicar nuestros errores de manera significativa. Un error humano, aunque resultado de un malentendido, sigue patrones y, por lo tanto, puede corregirse. La "comprensión Potemkin", en cambio, se manifiesta en errores impredecibles y difíciles de corregir, ya que la IA no aprende de sus fallos de la misma manera que lo hace un ser humano. Esta tendencia a "vender humo" se extiende incluso a las pruebas de evaluación o "benchmarks", donde las empresas entrenan a sus modelos para obtener resultados óptimos, aunque su desempeño real en el mundo real sea inferior.
Ante este panorama, es crucial adoptar una perspectiva crítica hacia la IA. No se trata de demonizar la tecnología, sino de comprender sus limitaciones y evitar depositar en ella expectativas irreales. Como señala Marcelo Babio, investigador y profesor de la UNICEN, las evaluaciones tradicionales de la IA pueden ser engañosas, ya que se centran en métricas superficiales y no reflejan la verdadera capacidad de comprensión de estos modelos. En última instancia, la clave reside en reconocer que la IA es una herramienta poderosa, pero que aún está lejos de emular la complejidad y profundidad del pensamiento humano. Es fundamental cuestionar la ilusión de pensamiento y exigir transparencia en el desarrollo y la aplicación de la inteligencia artificial, para evitar ser víctimas de la "Comprensión Potemkin".
El concepto de «Comprensión Potemkin» aplicado a la inteligencia artificial destapa una realidad incómoda: la deslumbrante fachada tecnológica, capaz de generar textos coherentes y superar ciertos tests, oculta una laguna profunda de entendimiento genuino. Nos encontramos ante una sofisticada imitación de la inteligencia, una suerte de ventrílocuo digital que recita información sin aprehender su significado. Esta simulación, lejos de ser inofensiva, puede conducir a la toma de decisiones erróneas y a la delegación de responsabilidades cruciales en sistemas incapaces de comprender las implicaciones de sus actos. No se trata de frenar el avance tecnológico, sino de desenmascarar la ilusión y exigir transparencia, especialmente en ámbitos tan sensibles como la sanidad, la justicia o la administración pública, donde la «comprensión» real es un requisito indispensable.
La clave no reside en demonizar la IA, sino en replantearnos los criterios de evaluación y exigir un desarrollo ético y responsable. Las métricas actuales, centradas en la precisión y la velocidad, resultan insuficientes para calibrar la verdadera capacidad de comprensión de estos sistemas. Necesitamos un enfoque más holístico que incorpore la capacidad de contextualizar, inferir, razonar y aprender de los errores, cualidades intrínsecas a la inteligencia humana. La «Comprensión Potemkin» no es solo un problema técnico, sino también un síntoma de nuestra propia fascinación por la tecnología y nuestra tendencia a depositar una fe ciega en soluciones aparentemente milagrosas. Solo un enfoque crítico y una ciudadanía informada podrán evitar que la IA se convierta en una herramienta de manipulación y engaño, en lugar de un instrumento de progreso y bienestar.
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