En el contexto actual, donde los desafíos tecnológicos parecen multiplicarse, el ensayo «Internet para la gente» del escritor y especialista en tecnología Ben Tarnoff emerge como una reflexión audaz sobre la estructura fundamental de la red que todos utilizamos. A medida que la obra se publica por fin en castellano, los lectores se enfrentan a un análisis histórico y crítico sobre los orígenes de Internet y la paradoja de su actual monopolio por parte de gigantes tecnológicos, un fenómeno que muchos consideran como una forma de colonialismo digital.
Tarnoff plantea una pregunta inquietante y pertinente: “Si Internet está roto, ¿cómo lo arreglamos?”. Este cuestionamiento se adentra en la noción de que, si bien el acceso a la red es considerado un derecho esencial en la era digital, la manera en que se gestiona y se distribuye su infraestructura es todo menos democrática. La obra no se limita a diagnosticar problemas, sino que también ofrece una crítica constructiva a un modelo oligopólico que ignora la voz del ciudadano.
Uno de los aspectos más destacados del libro es la transición del concepto de “usuario” a “gente”, un cambio que Tarnoff argumenta que es crucial para reivindicar un sentido de ciudadanía digital. Al calificar a las personas como «gente», el autor sugiere una reconfiguración de su papel dentro del ecosistema digital, promoviendo una perspectiva colectiva que no solo destaca los problemas individuales, sino que también empodera a la comunidad para actuar en su propio interés. Esta noción de colectividad es esencial en un momento en el que nuestra relación con la tecnología a menudo se define como solitaria y aislada.
Tarnoff enfatiza que hablar de ciudadanía digital implica reconocer el papel activo que cada individuo puede y debe desempeñar en la forma en que se desarrolla y se gobierna Internet. Este cambio paradigmático es una llamada a la acción: es tiempo de que el público participe en el diseño, la propiedad y el control de las redes que utilizamos a diario.
A lo largo de su obra, Tarnoff utiliza la metáfora de las tuberías para describir la infraestructura de Internet, un aspecto crítico que rara vez se discute. En su opinión, la invisibilidad de estas «tuberías» crea una noción errónea de que el acceso a Internet es un servicio dado, cuando en realidad es un derecho que debería ser universal y garantizado por el Estado. Este acceso no solo es vital para la vida diaria, sino que representa un verdadero pilar para la participación ciudadana y la democracia en la sociedad moderna.
Invita a la reflexión sobre cómo la concentración del poder en las manos de unas pocas corporaciones está ahogando la diversidad de voices y limitando la capacidad de las personas de influir en su entorno digital. El acceso a la información y a las conexiones seguras se convierte, así, en un medio crucial para que las comunidades reclamen su voz y, por ende, su futuro.
Ben Tarnoff no rehuye el debate sobre la gobernanza de Internet, sino que lo enfrenta de manera valiente. Aboga por un cambio de mentalidad donde los ciudadanos no sean meros receptores pasivos, sino actores en la definición de las políticas digital. Sostiene que la democratización de la red es posible a través de intervenciones constructivas que cuestionen el orden establecido, enfatizando la necesidad de un debate más amplio sobre los valores morales que queremos promover en nuestro espacio digital.
En un momento donde las conversaciones sobre la ética digital y la privacidad están en el centro de atención, Tarnoff sugiere que es fundamental que la sociedad exija un acceso universal a Internet de alta calidad, no solo como un lujo, sino como un requisito para la participación plena en la vida contemporánea.
Con «Internet para la gente», Ben Tarnoff abre un necesario espacio de diálogo sobre cómo podemos rediseñar nuestra relación con la tecnología, para que esta sea verdaderamente de, por y para la gente. Es un llamado a la acción, donde cada uno de nosotros puede y debe considerar cómo contribuir a un Internet que funcione para todos, y no solo para unos pocos.
La obra de Ben Tarnoff, «Internet para la gente», plantea interrogantes fundamentales sobre la gestión y el acceso a las herramientas digitales que, en teoría, deberían ser un derecho universal. En un momento en que los gigantes tecnológicos dominan el panorama de la red con políticas opacas y a menudo desinteresadas por el bienestar de sus usuarios, su visión se hace más pertinente que nunca. La metáfora de las tuberías que utiliza para describir la infraestructura de Internet merece un análisis profundo: al igual que el agua que fluye por un sistema de tuberías, el acceso a la información debería ser tratado como una necesidad básica y no como un privilegio. La discusión sobre el monopolio de ciertas corporaciones sobre la red debe ser una prioridad en el agenda política, ya que su concentración de poder no solo ahoga la diversidad de voces, sino que también limita nuestra capacidad para influir en el futuro de nuestra sociedad digital.
Por otro lado, el llamado de Tarnoff a transformar «usuarios» en «gente» es un paso necesario para reconstruir nuestra relación con el espacio digital. Este cambio de perspectiva puede abrir las puertas a una mayor ciudadanía digital, donde cada individuo reconozca su poder y responsabilidad en la configuración de la red que utiliza. Sin embargo, esta transición no ocurrirá sin un esfuerzo concertado. Es imperativo que los ciudadanos no solo exijan democratización en el acceso, sino que también participen activamente en la creación de políticas digitales que reflejen sus necesidades y valores. La obra de Tarnoff no solo identifica un problema, sino que propone un modelo de participación que, si bien utópico en algunos aspectos, puede realmente catalizar un cambio necesario en la gobernanza de Internet. Solo a través de la acción colectiva, podremos aspirar a un futuro digital inclusivo, donde la tecnología sirva efectivamente a la comunidad y no a los intereses de unos pocos.
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