La tranquilidad bucólica de Alpandeire, en el corazón de la Serranía de Ronda, se ha visto abruptamente interrumpida por un crimen que rezuma celos y venganza. La Guardia Civil ha cerrado la investigación sobre el hallazgo, a principios de este mes, del cadáver de un hombre de 42 años, oriundo de Puente Genil (Córdoba), confirmando las peores sospechas: un brutal asesinato motivado por un enrevesado triángulo amoroso. El detenido, un vecino de Gaucín y ex marido de la actual pareja de la víctima, ha confesado el crimen.
La investigación, llevada a cabo con meticulosidad por los agentes, reveló una historia de pasiones desatadas. La víctima, ilusionada, había iniciado una nueva vida en la Serranía junto a su pareja, sin sospechar que la sombra del pasado, encarnada en el ex marido, acechaba en la oscuridad. Al parecer, el detenido, incapaz de aceptar la nueva relación de su ex mujer, urdió un plan macabro para eliminar a su rival.
El fatídico día, el asesino, con la excusa de llevar a la víctima a la estación de tren de Gaucín, lo condujo a un paraje aislado. Allí, la furia contenida estalló en una salvaje agresión con un objeto contundente, golpeando repetidamente la cabeza y la espalda del hombre hasta causarle la muerte. Acto seguido, el cuerpo fue trasladado en el maletero del vehículo del homicida, cuidadosamente cubierto con plásticos, hasta ser abandonado en una cuneta de Alpandeire.
Tras cometer el crimen, el detenido intentó borrar cualquier rastro que lo vinculara con el asesinato. Utilizó el teléfono móvil de la víctima para luego deshacerse de él entre la maleza. Se deshizo del plástico del maletero y la ropa del fallecido arrojándolos a contenedores. Sin embargo, su plan, cuidadosamente orquestado, comenzó a desmoronarse cuando los investigadores identificaron el vehículo que había sido utilizado para transportar el cuerpo.
Durante el registro del domicilio y del vehículo del detenido, la Guardia Civil encontró restos biológicos que lo incriminaban directamente. Además, los agentes lograron recuperar el arma homicida, escondida en un almacén de Gaucín, con restos de sangre de la víctima. Ante la contundencia de las pruebas, el detenido no tuvo más remedio que confesar el crimen en presencia de su abogado. La reconstrucción de los hechos, realizada por la Guardia Civil, confirmó la frialdad y premeditación del asesino.
El pasado domingo, el detenido fue puesto a disposición judicial y el juez ha decretado su ingreso en prisión provisional, a la espera de juicio. El pequeño pueblo de Alpandeire, consternado por la brutalidad del crimen, intenta volver a la normalidad, aunque la sombra del asesinato seguirá planeando sobre sus calles durante mucho tiempo. Este trágico suceso pone de manifiesto, una vez más, las devastadoras consecuencias de los celos y la obsesión, capaces de transformar una historia de amor en una pesadilla sangrienta.
La cobertura sensacionalista de crímenes pasionales, aunque entendible por su impacto en la comunidad, debe evitar caer en la banalización de la violencia machista. Más allá de narrar el enrevesado «triángulo amoroso», como si se tratara de un culebrón, el foco debería estar en la raíz del problema: una mentalidad posesiva y controladora que considera a la mujer como un objeto de pertenencia. Deshumanizar al agresor, presentándolo como un ser irracional consumido por los celos, es un error que impide comprender la complejidad del machismo y su arraigo en la sociedad. Es fundamental analizar cómo ciertos discursos legitiman, aunque sea de forma sutil, la violencia contra las mujeres, perpetuando patrones que conducen a tragedias como la ocurrida en la Serranía de Ronda.
Si bien la investigación policial ha sido diligente y la justicia parece estar actuando con celeridad, el caso de Alpandeire revela una preocupante realidad: la persistencia de la violencia de género en zonas rurales, a menudo invisibilizada y silenciada. La aparente tranquilidad de estos entornos no debe ocultar la existencia de dinámicas de control y aislamiento que facilitan la comisión de este tipo de crímenes. Es imperativo fortalecer los recursos de apoyo y prevención en estas comunidades, garantizando que las víctimas potenciales tengan acceso a información, asesoramiento legal y protección efectiva. Además, se debe invertir en programas educativos que promuevan la igualdad de género y desmantelen los estereotipos machistas desde la infancia, construyendo una sociedad más justa y segura para todas y todos.
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