La tranquilidad matutina de la urbanización La Alquería, en Mijas, se vio abruptamente interrumpida por una tragedia que ha sumido a la comunidad en la consternación. Un niño de tan solo cuatro años ha fallecido este martes tras caer a una piscina en una vivienda particular. El fatídico incidente, ocurrido alrededor de las 9:15 horas, ha dejado una profunda herida en el corazón de Mijas y ha reabierto el debate sobre la seguridad en piscinas privadas.
La llamada de un testigo al servicio de emergencias 112 activó de inmediato un dispositivo de respuesta. El alertante informó que el menor había sido rescatado del agua, pero la situación era crítica. Efectivos de la Guardia Civil, Policía Local y el Centro de Emergencias Sanitarias 061 se desplazaron con urgencia al lugar, intentando desesperadamente revertir la situación. Durante largos minutos, los sanitarios practicaron maniobras de reanimación cardiopulmonar (RCP) al pequeño, con la esperanza de devolverle a la vida.
Desafortunadamente, todos los esfuerzos resultaron infructuosos. Tras una ardua labor, el equipo médico confirmó el fallecimiento del menor en el mismo lugar del suceso. La noticia ha causado un profundo impacto en la localidad, generando un sentimiento generalizado de tristeza y solidaridad con la familia afectada. Las autoridades han abierto una investigación para esclarecer las circunstancias exactas del incidente y determinar si se cumplían todas las medidas de seguridad necesarias en la piscina. La comunidad de Mijas, en estado de shock, se une en el dolor por la pérdida de una vida tan joven, mientras se exigen medidas preventivas más rigurosas para evitar que tragedias como esta se repitan.
La desgarradora noticia del fallecimiento del niño en Mijas no solo nos enfrenta al inmenso dolor de una pérdida irreparable, sino que también nos obliga a una urgente y profunda reflexión sobre la (in)seguridad de nuestras piscinas privadas. Más allá de las condolencias y la comprensible consternación, este suceso debe encender las alarmas sobre la imperiosa necesidad de reforzar la legislación y, sobre todo, la concienciación sobre la prevención de accidentes en estos espacios de ocio que, lamentablemente, se convierten con demasiada frecuencia en escenarios de tragedia. No podemos permitirnos seguir lamentando estos sucesos como meros accidentes inevitables, sino abordarlos como fallos sistémicos que requieren medidas concretas y contundentes.
Quizás ha llegado el momento de plantear la obligatoriedad de sistemas de seguridad más sofisticados en todas las piscinas privadas, desde alarmas de inmersión hasta vallas homologadas que impidan el acceso a los más pequeños. Pero la ley, por sí sola, no es suficiente. Es fundamental una campaña de concienciación permanente dirigida a familias, comunidades de vecinos y responsables de establecimientos turísticos, que informe sobre los riesgos y ofrezca pautas claras sobre la supervisión activa de los menores, la formación en primeros auxilios y la importancia de la prevención. Porque, al final, la seguridad de nuestros niños es una responsabilidad compartida que exige un compromiso inquebrantable de todos los agentes sociales.
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