Jubrique, un pintoresco municipio enclavado en la Serranía de Ronda, se alza como un baluarte de la tradición artesanal con su famoso aguardiente, un licor que evoca la historia y la identidad de sus vecinos. Este pequeño rincón malagueño, conocido por su intrigante legado en la destilación, ha comenzado a revivir el arte de crear este elixir con el uso del alambique, una herramienta fundamental que simboliza la conexión entre generaciones de elaboradores.
Desde hace más de tres siglos, Jubrique ha sido sinónimo de aguardiente. Su popularidad se remonta al siglo XVIII, cuando la mayoría de sus tierras estaban dedicadas al cultivo de la vid, lo que permitió a sus habitantes destilar un licor que pronto alcanzaría renombre más allá de sus fronteras. Actualmente, el alcalde Alberto Benítez rememora con nostalgia cómo en aquel entonces el pueblo contaba con alrededor de setenta alambiques en funcionamiento, dotando a la localidad de una vitalidad económica que se fue desvaneciendo con el tiempo.
La llegada de la filoxera y la industrialización de la producción de licores llevaron a una abrupta disminución del número de destiladores locales. Sin embargo, en los últimos años, Jubrique ha resurgido con un renovado entusiasmo por sus tradiciones. Con la instauración de un concurso anual de aguardiente, la comunidad ha encontrado un nuevo aliciente que ha motivado a numerosos vecinos a retomar las riendas de esta antigua costumbre. “Esta iniciativa no solo busca reconocer la calidad del aguardiente local, sino también revitalizar la economía del pueblo y fomentar el orgullo por lo nuestro”, asevera Benítez.
El proceso de elaboración del aguardiente es un arte en sí mismo, que combina tradición y destreza. Los destiladores comienzan introduciendo mosto en el alambique para extraer un potente alcohol que, tras su primera destilación, se transforma en el básico para una bebida reconocida por su singular sabor. Luego, se añade matalahúva u otras hierbas aromáticas, que aportan la esencia característica del aguardiente de Jubrique. Esta mezcla se somete a una segunda destilación, aumentando así su complejidad y profundidad de gusto. “Cada destilador aporta su toque personal, lo que hace que cada botella sea única”, añade el alcalde, celebrando la diversidad de sabores que emergen de este proceso.
La elaboración del aguardiente en Jubrique es más que una tradición; es un patrimonio que permite a los habitantes conectar con su historia. Los vecinos, muchos de los cuales han aprendido el arte de la destilación de sus mayores, se sienten responsables de perpetuar este conocimiento para las futuras generaciones. Como comenta José, un destilador local: “Cada gota de aguardiente cuenta una historia, la historia de nuestro pueblo, de nuestras raíces”.
Mientras Jubrique se prepara para celebrar su próximo concurso de aguardiente, la emoción y el espíritu comunitario se hacen palpables. Las calles del pueblo resuenan con risas y conversaciones sobre la nueva cosecha de aguardiente, y los visitantes se sienten atraídos no solo por la bebida, sino por el encanto de un pueblo que se resiste a ser olvidado.
En un mundo cada vez más dominado por la tecnología y la inteligencia artificial, el aguardiente de Jubrique se mantiene firme en sus tradiciones. Con cada alambique funcionando, la esencia del pueblo fluye en cada sorbo, recordándonos que hay cosas que nunca deben cambiar.
El renacer del aguardiente en Jubrique es un testimonio conmovedor de cómo la resistencia cultural puede florecer en medio de la modernidad. No obstante, su relanzamiento no debe ser simplemente un eco nostálgico del pasado, sino una verdadera oportunidad para plantear una reflexión más profunda sobre la sostenibilidad de tales tradiciones. La dedicación de la comunidad hacia la producción de este licor artesanal es admirable, pero debemos preguntarnos: ¿hasta qué punto este regreso se alinea con los desafíos socioeconómicos actuales y futuros? Aunque el concurso anual promete revitalizar la economía del pueblo y fomentar el orgullo local, es importante que se establezcan estructuras que aseguren el legado cultural sin caer en la sobreexplotación del recurso o en la comercialización desmedida que podría acabar por extinguir la esencia genuina del aguardiente en Jubrique.
Además, es crucial que este resurgimiento no se convierta en una excusa para ignorar las dinámicas más amplias de la globalización y la digitalización que amenazan las tradiciones locales. La conexión entre generaciones que destaca en los relatos de los destiladores es invaluable, pero esta conexión puede verse debilitada si no se implementan estrategias pedagógicas que integren a las nuevas generaciones en el proceso de destilación. Es vital fomentar un diálogo intergeneracional que no solo preserve la técnica, sino que también incorpore innovaciones que fortalezcan la producción sin comprometer la autenticidad. En definitiva, el futuro del aguardiente de Jubrique depende de su capacidad para adaptarse y evolucionar mientras se mantiene fiel a su rica herencia cultural.
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