La Peña Flamenca de Ronda se convirtió el pasado viernes en un hervidero de pasión y arte con la celebración de la sexta semifinal del XXIX Concurso Internacional de Cante y Baile “Aniya la Gitana”. Una noche donde la tradición y la innovación se dieron la mano, cautivando a un público entregado que llenó el recinto hasta la bandera. El eco del cante y el zapateo resonaron en las paredes de la peña, dejando una huella imborrable en la memoria de los presentes.
La velada arrancó con el sorteo que determinó el orden de actuación de los cantaores. Antonio López Núñez, desde Arahal (Sevilla), abrió la noche con una interpretación sentida de Caña, Petenera, Liviana y Tientos, mostrando su dominio de los cantes más clásicos. Le siguió José Antonio Romero Pérez, de Jerez de la Frontera (Cádiz), quien deslumbró con su personal visión de la Caña, Farruca, Granaína y media, culminando su actuación con unas Bulerías llenas de brío y sabor jerezano.
Emilio Chaparro Serrano, proveniente de Don Benito (Badajoz), aportó su toque personal con Polo, Petenera, Malagueña y Seguiriya, evidenciando su versatilidad y conocimiento profundo del repertorio flamenco. Abraham Armario Pinto, de Bornos (Cádiz), cerró el apartado de cante con Polo, Liviana y una Soleá de Alcalá cargada de sentimiento, para finalizar con un Fandango que levantó al público de sus asientos. La maestría de Roberto Spano a la guitarra acompañó con precisión y sensibilidad a cada uno de los cantaores, enriqueciendo sus interpretaciones.
La noche alcanzó su punto álgido con la actuación de la bailaora madrileña Isabel Alarcón Sánchez, un torbellino de energía y elegancia. Acompañada por el cante de Antonio López, el toque de Gabriel Lorente y el compás de Max Vergara, Isabel desplegó su arte a través de la Caña y los Tangos de Málaga, creando un diálogo fascinante entre el cuerpo y la música. Su baile, una explosión de pasión y técnica, dejó al público boquiabierto, confirmando el alto nivel artístico del concurso «Aniya la Gitana». La expectación crece a medida que nos acercamos a la final.
Si bien la crónica del evento en Ronda destila entusiasmo y celebra la pervivencia del flamenco, es imprescindible preguntarse si el concurso «Aniya la Gitana» está verdaderamente contribuyendo a la evolución del género o si, por el contrario, se limita a replicar fórmulas ya consagradas. La mención recurrente a «cantes clásicos» y la descripción de las actuaciones como «sentidas» o «llenas de brío» sugieren una valoración excesiva de la tradición en detrimento de la innovación. En un arte tan visceral y dinámico como el flamenco, el riesgo y la experimentación deberían tener un espacio más preponderante, especialmente en un concurso que pretende ser un escaparate del talento emergente.
La exaltación de la «explosión de pasión y técnica» en la actuación de la bailaora Isabel Alarcón, aunque comprensible ante el despliegue de virtuosismo, podría estar encubriendo una falta de profundidad conceptual. ¿Se está valorando la mera ejecución impecable por encima de la capacidad de transmitir mensajes complejos o de desafiar las convenciones estéticas? La verdadera grandeza del flamenco reside en su capacidad para conectar con el alma humana, para expresar el dolor, la alegría y la rebeldía a través del cuerpo y la voz. Si el concurso «Aniya la Gitana» aspira a ser algo más que un mero ejercicio de virtuosismo, debe fomentar un debate más profundo sobre el significado y el futuro del flamenco en el siglo XXI.
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