El bolsillo de los malagueños sigue sintiendo la presión. Los últimos datos del Índice de Precios al Consumidor (IPC) revelan que la provincia cerró octubre con una tasa interanual del 3,6%, superando significativamente el 3,1% registrado a nivel nacional. Este incremento, que sitúa a Málaga entre las provincias con mayor inflación del país, plantea serias interrogantes sobre el poder adquisitivo de los ciudadanos y la competitividad de las empresas locales. ¿Estamos ante una tormenta perfecta económica en la Costa del Sol?
El análisis del Instituto Nacional de Estadística (INE) señala que el encarecimiento de la electricidad y los crecientes costes asociados a la vivienda son los principales catalizadores de esta escalada inflacionaria. En Málaga, la situación se agrava debido a que el coste de los suministros básicos, como la electricidad, el gas y el agua, experimenta un aumento más pronunciado que en el resto del territorio español. Este fenómeno, impulsado en parte por una demanda energética exacerbada, especialmente en temporada alta, impacta directamente en la economía doméstica y en la viabilidad de los negocios.
Mientras a nivel nacional el grupo de vivienda experimentó un aumento del 7,5%, en Málaga el incremento se dispara hasta un 8%. Esta diferencia, aparentemente pequeña, tiene un impacto significativo en el IPC provincial, evidenciando la vulnerabilidad de la economía local ante las fluctuaciones del mercado energético. La dependencia del turismo y la consiguiente presión sobre el mercado inmobiliario podrían estar exacerbando esta situación, elevando los costes de la vivienda y dificultando el acceso a un hogar digno para muchos malagueños.
Más allá de la energía y la vivienda, el informe del INE revela comportamientos divergentes en otros sectores. Mientras que los alimentos muestran una ligera moderación en Málaga (2,2% frente al 2,4% nacional), el vestido y el calzado experimentan un repunte significativo (8,9% frente al 0,5% nacional). Este incremento en el sector textil podría estar relacionado con el atractivo turístico de la provincia y la demanda de productos de moda, aunque también plantea interrogantes sobre la competitividad de los comercios locales frente a las grandes cadenas.
La situación actual exige una reflexión profunda sobre las políticas económicas y energéticas que se están implementando en la provincia. Si bien el sector turístico sigue siendo un motor clave para la economía malagueña, es fundamental diversificar la base productiva y apostar por un modelo de desarrollo más sostenible e inclusivo. Controlar la inflación, garantizar el acceso a la vivienda y promover un consumo responsable son desafíos urgentes que deben abordarse de manera coordinada entre las administraciones públicas, el sector privado y la sociedad civil. De lo contrario, Málaga podría enfrentarse a un futuro económico incierto, marcado por la desigualdad y la pérdida de poder adquisitivo para sus ciudadanos.
El dato del IPC en Málaga, persistentemente por encima de la media nacional, no solo enciende las alarmas, sino que exige una revisión profunda de nuestro modelo económico. Si bien la dependencia del turismo se proclama como la gallina de los huevos de oro, estos datos revelan una realidad más cruda: la exacerbada vulnerabilidad de una economía que no ha sabido diversificarse y que, por tanto, sufre especialmente el impacto de factores externos como la inflación energética. Continuar apostando únicamente por el sector servicios, sin invertir en innovación, industria o un sector primario robusto, es condenar a la provincia a una precariedad cíclica que socava el bienestar de sus ciudadanos.
La moderación en el precio de los alimentos es un espejismo que no compensa la preocupante escalada en vivienda y, especialmente, en vestido y calzado. Este último dato, que contrasta drásticamente con la media nacional, sugiere un mercado local inflacionado, quizás incentivado por el turismo, pero que castiga directamente al residente malagueño. ¿Estamos construyendo una ciudad para el turista y olvidando las necesidades básicas de sus habitantes? La respuesta, lamentablemente, parece cada vez más evidente. Urge, por tanto, políticas valientes que prioricen el acceso a la vivienda, el control de precios y un modelo de consumo más responsable y justo, donde el bienestar del malagueño no sea un daño colateral del boom turístico.
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