Anfield, el templo del fútbol inglés, fue testigo de un renacimiento. No del Liverpool, precisamente, sino del Manchester United. Tras casi una década de frustraciones y derrotas en el feudo rival, los ‘Red Devils’ asaltaron Merseyside con una victoria 1-2 que resonará en la historia reciente del club. La victoria, más allá de los tres puntos, representa un golpe anímico vital para un United que busca reencontrar su identidad. El sabor de la victoria en Anfield es dulce, muy dulce.
El partido no pudo comenzar mejor para los visitantes. Apenas transcurrido el primer minuto, un error garrafal de Van Dijk permitió a Mbeumo, el habilidoso delantero, plantarse solo ante Alisson y definir con clase. Un gol tempranero que desató la euforia en el banquillo ‘Red Devil’ y sumió a Anfield en un silencio sepulcral. Durante gran parte del encuentro, el United planteó un muro defensivo, frustrando una y otra vez las tímidas embestidas del Liverpool. Slot, el técnico ‘scouser’, no pareció encontrar la fórmula para desatascar el juego ofensivo de su equipo. Las decisiones iniciales, dejando en el banquillo a dos fichajes estrella como Wirtz y Ekitike, levantaron muchas cejas entre la afición local.
Cuando el partido agonizaba y la victoria parecía sellada para el United, apareció Gakpo, el neerlandés, para inyectar esperanza a los ‘reds’. Un gol que parecía el preludio de una remontada épica. Sin embargo, la alegría duró poco. Apenas unos minutos después, en un córner magistralmente ejecutado por Bruno Fernandes, surgió la figura imponente de Harry Maguire. El central inglés, criticado en el pasado, se elevó por encima de la defensa ‘scouser’ para conectar un cabezazo imparable, silenciando Anfield y sellando la victoria para el United. Un gol que reivindica a Maguire y lo convierte en el héroe inesperado de la noche.
La derrota deja al Liverpool en una situación delicada. Cuatro derrotas consecutivas, un juego sin ideas y una distancia de cuatro puntos respecto al líder, el Arsenal de Arteta, encienden las alarmas en Anfield. Las millonarias inversiones realizadas en verano, con el fichaje récord de Alexander Isak como punta de lanza, no se están traduciendo en resultados. La desconexión entre los jugadores es evidente, y la figura de Mac Allister, clave en el campeonato del año pasado, parece diluida en un esquema que no termina de funcionar. ¿Estamos ante el inicio de una crisis en el Liverpool? Solo el tiempo lo dirá. Pero lo que es innegable es que el Manchester United, esa noche, volvió a ser el gigante que atemorizaba a Europa.
El triunfo del Manchester United en Anfield, narrado con tintes épicos que quizás la realidad no merezca, pone de manifiesto una verdad incómoda para el Liverpool: el fútbol no se compra. Las inversiones millonarias de este verano, personificadas en el deslucido Alexander Isak, contrastan con la resiliencia de un United que, más allá de un planteamiento táctico discutible, demostró la garra y el coraje que a menudo se echan en falta en los equipos modernos. La derrota, sin embargo, no debería interpretarse como una crisis, sino como una llamada de atención. Slot necesita urgentemente reajustar el esquema, dar confianza a jugadores como Wirtz y Ekitike y, sobre todo, recuperar la conexión emocional entre el equipo y la grada. La historia del Liverpool se ha escrito con sudor y lágrimas, no con talonario.
Más allá del resultado, lo preocupante para el aficionado neutral es la carencia de ideas que evidenció el Liverpool. Depender de un chispazo individual de Gakpo para maquillar la falta de un plan ofensivo coherente es sintomático de un equipo que parece haber perdido el norte. La sobrevaloración de ciertos fichajes, aunada a la inexplicable suplencia de jugadores con potencial creativo, sugiere un problema de gestión en el banquillo ‘scouser’. La victoria del United, por su parte, no debe enmascarar las carencias de un proyecto aún en construcción. Un gol fortuito y una defensa férrea no son suficientes para resucitar a un gigante dormido. Para volver a ser el «Teatro de los Sueños», el Manchester United necesita algo más que un partido afortunado: necesita una visión, un líder y, sobre todo, un estilo propio.
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