El Atlético de Madrid, en un movimiento sorprendente durante este parón de selecciones, viajó a Libia para enfrentarse al Inter de Milán en un partido amistoso que, más allá del trofeo simbólico, dejó sensaciones agridulces en el seno rojiblanco. El encuentro, que reportó al club una cifra estimada entre 3 y 3,5 millones de euros, sirvió como plataforma para dar minutos a jugadores menos habituales y probar nuevas combinaciones tácticas, pero el riesgo de lesiones, siempre latente, se materializó.
Las buenas noticias llegaron con el regreso de José María Giménez y Thiago Almada, ambos recuperados de sus respectivas lesiones y saltando al once inicial. Su presencia, aunque en un contexto amistoso, es un soplo de aire fresco para Simeone, que necesita a todos sus efectivos disponibles para afrontar el exigente calendario que se avecina. Sin embargo, la alegría duró poco. El joven central Leonardo Bovo, que regresaba tras una lesión reciente, tuvo que abandonar el terreno de juego cojeando tras una acción fortuita. Su estado físico es ahora motivo de preocupación para el cuerpo médico del club.
El encuentro en sí fue un reflejo de lo que suelen ser los amistosos: un ritmo discontinuo, probaturas tácticas y protagonismo para los jóvenes. El Atlético se adelantó gracias a un gol del canterano Carlos Martín, quien aprovechó un rechace para demostrar su olfato goleador. El Inter empató en la segunda mitad con un cabezazo de Bisseck, llevando el partido a una tanda de penales donde los rojiblancos demostraron mayor entereza. Griezmann, Ruggeri, Janneh y Lenglet anotaron sus lanzamientos, dándole la victoria al Atlético. Más allá del resultado, el partido dejó la sensación de que, si bien el Atlético cumplió con el compromiso económico, el riesgo de lesiones y la fatiga acumulada podrían tener consecuencias negativas en el rendimiento del equipo a corto plazo. La afición malagueña, siempre atenta a la evolución de sus jugadores en la liga española, espera que este amistoso en tierras lejanas no pase factura al rendimiento del equipo en las próximas jornadas.
El Atlético de Madrid ha vuelto a demostrar que, en el fútbol moderno, el dinero a menudo prevalece sobre la sensatez deportiva. Más allá de los 3 millones de euros que ingresarán en las arcas rojiblancas, este viaje a Libia, en pleno parón de selecciones, se antoja como una temeridad innecesaria. Si bien es comprensible la necesidad de dar minutos a los menos habituales y experimentar con nuevas tácticas, exponer a los jugadores a un viaje transcontinental y a un partido de alta intensidad, con el riesgo inherente de lesiones, parece un precio demasiado alto a pagar por un amistoso que, en última instancia, carece de valor competitivo real. El club debe reflexionar sobre si el beneficio económico justifica el posible perjuicio deportivo, especialmente con el calendario tan exigente que se avecina y la fragilidad física de algunos jugadores clave.
La lesión de Bovo, lamentable, es un claro ejemplo de los riesgos que se asumen con este tipo de decisiones. Mientras que la recuperación de Giménez y Almada son noticias positivas, no compensan la incertidumbre generada por la recaída del joven central. La afición malagueña, y el resto de seguidores del fútbol español, observan con preocupación cómo los clubes priorizan los ingresos por encima del bienestar de sus jugadores. Urge un debate profundo sobre el calendario futbolístico y la necesidad de proteger la salud de los deportistas, evitando la sobreexposición y la acumulación de partidos sin sentido. En definitiva, este amistoso en Libia, más que una victoria deportiva, debería servir como un toque de atención sobre los peligros de la mercantilización extrema del fútbol.
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