La baja de Lamine Yamal de la convocatoria de la Selección Española ha desatado una tormenta silenciosa entre el FC Barcelona y la Real Federación Española de Fútbol (RFEF). El joven prodigio culé, sometido a un procedimiento de radiofrecuencia para tratar sus molestias en el pubis, no podrá disputar los cruciales partidos ante Georgia y Turquía, dejando un hueco importante en el esquema de Julen Guerrero.
La RFEF, a través de un comunicado, no ocultó su «sorpresa y malestar» al conocer la intervención médica, realizada sin previo aviso a los servicios médicos de la selección. Según la federación, la información llegó a última hora del lunes, justo al inicio de la concentración, acompañada de una recomendación de reposo de 7 a 10 días. Este hermetismo ha levantado suspicacias en Las Rozas, donde se cuestiona si el Barcelona priorizó los intereses del club sobre los de la selección.
Ante la creciente tensión, el presidente de la RFEF, Rafael Louzán, ha intentado calmar los ánimos, asegurando que no se «activará ningún tipo de polémica». «Hay que cuidar al jugador, es lo importante», declaró tras el sorteo de la Copa del Rey. Sin embargo, sus palabras dejan entrever un cierto malestar con la gestión del caso por parte del club catalán: «A veces hay circunstancias que a lo mejor se pudieron haber manejado mejor».
La realidad es que la situación de Lamine Yamal es delicada. Con tan solo 18 años, el jugador se ha convertido en una pieza fundamental tanto para el Barcelona como para la selección. Su prematura explosión ha generado una gran exigencia física, que podría estar pasando factura. La decisión de someterlo a un procedimiento invasivo, aunque justificada por el cuerpo médico del Barcelona, ha encendido las alarmas en la RFEF, que teme que el futbolista no esté recibiendo el cuidado adecuado.
Más allá de la salud del jugador, este episodio pone de manifiesto la delicada relación entre los clubes y las selecciones. La gestión de los calendarios, la carga de partidos y la comunicación entre los diferentes cuerpos médicos son aspectos clave para evitar conflictos y garantizar el bienestar de los futbolistas. En el caso de Lamine Yamal, parece que la comunicación falló, generando un desencuentro que podría tener consecuencias a largo plazo. Habrá que ver cómo evoluciona la situación y si las partes involucradas logran limar asperezas en beneficio del joven talento.
El caso Lamine Yamal destapa una verdad incómoda en el fútbol moderno: el jugador, convertido en valiosa mercancía, se encuentra atrapado entre la ambición de los clubes y el fervor patriótico de las selecciones. La «sorpresa y malestar» expresados por la RFEF no son más que la punta del iceberg de una guerra silenciosa por la gestión del talento. ¿Prioriza el Barcelona su proyecto deportivo a corto plazo, arriesgando la integridad física a largo plazo del joven prodigio? ¿O acaso la RFEF exige un rendimiento inmediato sin considerar la fragilidad inherente a una explosión futbolística tan prematura? La respuesta, seguramente, reside en un punto intermedio, un equilibrio precario que rara vez se alcanza, y que termina por recaer, lamentablemente, en la salud del futbolista.
La tibia reacción del presidente Louzán, intentando «apaciguar las aguas», resulta insuficiente y poco creíble. En lugar de minimizar el conflicto, la RFEF debería liderar un debate profundo y transparente sobre los protocolos de comunicación y coordinación entre clubes y selecciones. No se trata solo de «cuidar al jugador» con palabras vacías, sino de establecer mecanismos claros y efectivos que garanticen una evaluación médica conjunta, una planificación de entrenamientos sensata y una gestión de la carga de partidos responsable. La salud de Lamine Yamal –y la de tantos otros jóvenes talentos– depende de que se priorice la prevención y el bienestar por encima de los intereses cortoplacistas, sean del club o de la selección.
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