El brillo implacable del sol marbellí se tornó sombra de muerte en la tarde de ayer. Hamza Karimi, conocido en el mundo del ‘gangsta rap’ sueco como Hamko, fue abatido a tiros a plena luz del día en la avenida José Banús, un enclave usualmente asociado al lujo y la ostentación, lejos de la violencia que se incubaba en las calles de Estocolmo. La víctima, de 25 años, se encontraba en la terraza de un bar cuando un individuo se acercó sin mediar palabra y desató una ráfaga de disparos, dejando un reguero de pánico y consternación entre los presentes.
La secuencia, captada por las implacables cámaras de seguridad, muestra la desesperada carrera de Karimi en busca de refugio, un intento vano por escapar de un destino que parecía haberle perseguido desde las frías tierras escandinavas. Tras ser trasladado de urgencia a un centro hospitalario, el joven rapero sucumbió a sus heridas, sellando un capítulo más en la trágica saga que vincula el ‘gangsta rap’ sueco con la violencia y la muerte prematura.
Hamko no era un desconocido para las autoridades suecas. Su nombre figuraba en los archivos policiales, ligado al crimen organizado de la capital. En su currículum, una condena por intento de asesinato tras un tiroteo en 2020, un episodio que involucró a un menor de 14 años. La sombra de la violencia le había acompañado desde sus inicios en el peligroso barrio de Dalen, al sur de Estocolmo, cuna de bandas locales y sueños truncados.
La detención del presunto autor material del crimen, un ciudadano afgano de 38 años con nacionalidad sueca, ha arrojado algo de luz sobre este oscuro suceso. La rápida actuación de la Policía Nacional permitió su captura poco después del ataque, tras localizar el vehículo en el que había huido. Sin embargo, las preguntas sobre los motivos del asesinato y sus posibles conexiones con las guerras entre pandillas suecas que se extienden a la Costa del Sol aún resuenan con fuerza.
La noticia del asesinato de Hamko ha sacudido el panorama musical sueco, donde era conocido tanto por su música como por sus vínculos con otros artistas marcados por la tragedia. Fue amigo y colaborador de Einar, una estrella del ‘gangsta rap’ asesinado en 2021 con tan solo 19 años, y compartió escenario con Mariaci (Jang Jallow), otro joven rapero abatido en 2022. Los tres crecieron juntos en Dalen, un barrio donde las balas silenciaron los sueños de una generación.
La muerte de Hamko reabre el debate sobre la influencia del ‘gangsta rap’ en la espiral de violencia que azota a ciertos barrios de Estocolmo y la exportación de esta problemática a otros países. La policía española investiga si este último ajuste de cuentas es una pieza más en el macabro rompecabezas de las guerras entre bandas suecas, una realidad que ha encontrado un nuevo escenario en la soleada Costa del Sol. El eco de los disparos en Marbella resuena ahora con fuerza en las calles de Estocolmo, recordando que la música, a veces, puede ser una banda sonora para la muerte.
La trágica muerte de Hamko en Marbella no es solo un titular sensacionalista, sino un síntoma alarmante de la globalización de la violencia y la banalización de la vida. Reducir este suceso a una simple disputa entre bandas de ‘gangsta rap’ sueco es simplificar peligrosamente un problema mucho más complejo: la incapacidad de ofrecer alternativas reales a jóvenes criados en entornos marginales, tanto en Suecia como en cualquier otra parte. La música, en este caso, se convierte en un espejo distorsionado de una realidad sombría, alimentada por la falta de oportunidades y la normalización de la violencia como forma de vida. La solución no pasa por demonizar un género musical, sino por abordar las causas profundas de la exclusión social y la falta de integración, creando puentes en lugar de muros entre culturas y sociedades.
La Costa del Sol, tristemente convertida en escenario de este sangriento ajuste de cuentas, debe replantearse su papel en este creciente fenómeno. La ostentación y el lujo, tan característicos de Marbella, no pueden seguir conviviendo impunemente con la importación de problemáticas sociales ajenas. Es imprescindible una mayor coordinación entre las fuerzas de seguridad españolas y suecas, así como una investigación exhaustiva para desarticular estas redes criminales que han encontrado un refugio en nuestras costas. No se trata solo de detener a los autores materiales, sino de identificar y desmantelar las estructuras financieras y logísticas que sustentan estas actividades delictivas, evitando que la impunidad se convierta en la norma y que Marbella se transforme en un paraíso para criminales en busca de un nuevo santuario.
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