eldiariodemalaga.es – Sucesos – 2025-10-07 05:01:00
La brisa marina, que antaño traía consigo el aroma a sal y promesas de días soleados, ahora se mezcla con el hedor del miedo y la incertidumbre. La Costa del Sol, otrora sinónimo de lujo y relax, se ha convertido en un tablero de ajedrez donde las piezas, representadas por clanes criminales de todo el mundo, se mueven con una frialdad escalofriante. El asesinato a plena luz del día del rapero sueco Hamza Karimi, alias Hamko, en la exclusiva avenida José Banús de Marbella, no es más que la última pincelada en un macabro lienzo que se está pintando con sangre y balas.
Pero, ¿qué ha convertido a este rincón del paraíso en un imán para la delincuencia internacional? La respuesta, según los expertos, reside en una combinación letal de factores: la opulencia que atrae el blanqueo de capitales, la ubicación estratégica como puerta de entrada a Europa, y una sensación de impunidad que permite a estos grupos operar con relativa libertad. Las autoridades se enfrentan a un desafío mayúsculo: desmantelar este complejo «ecosistema del crimen» donde cada organización desempeña un papel específico, desde el transporte de drogas hasta la búsqueda de contactos y el ajuste de cuentas.
La creciente presencia de mafias escandinavas, turcas y británicas ha elevado la tensión a niveles nunca vistos. Lejos de ser incidentes aislados, los asesinatos de Hamko en Marbella y los capos escoceses en Fuengirola revelan una tendencia alarmante: la consolidación de una «guerra fría» entre clanes que se disputan el control del territorio y la distribución de drogas a gran escala. Fuentes policiales confirman que las investigaciones apuntan a disputas internacionales abiertas con ramificaciones en media Europa, donde la Costa del Sol se ha erigido como un punto neurálgico para sus operaciones.
El modus operandi de estos grupos también es motivo de preocupación. Asesinatos rápidos, a plena luz del día, con sicarios que llegan del extranjero, ejecutan y desaparecen sin dejar rastro. La impunidad con la que actúan desafía la capacidad de respuesta de las fuerzas de seguridad y genera una sensación de inseguridad palpable entre los residentes y turistas. La Costa del Sol, un paraíso otrora seguro y tranquilo, se enfrenta a su peor pesadilla: la sombra alargada del crimen organizado internacional.
La noticia sobre la creciente presencia del crimen organizado en la Costa del Sol debería ser un campanazo de alerta para todos. Más allá de la retórica sensacionalista que inevitablemente acompaña a este tipo de informaciones, lo verdaderamente preocupante es la erosión silenciosa de la imagen de marca de un destino que depende, en gran medida, de la percepción de seguridad y bienestar. No se trata solo de un problema policial, aunque evidentemente la necesidad de reforzar los recursos y la coordinación entre cuerpos de seguridad es crucial. Se trata, sobre todo, de una cuestión de planificación estratégica a largo plazo que involucre a todos los actores de la sociedad malagueña: desde las instituciones públicas hasta el sector privado, pasando por la ciudadanía.
El peligro reside en la normalización de esta situación. La aceptación tácita de que «esto siempre ha pasado» o que «son cosas de mafias que no afectan al ciudadano de a pie» es un error que puede resultar fatal. La impunidad con la que operan estos grupos, la opulencia obscena que exhiben y la corrupción que inevitablemente generan, terminan por socavar las bases mismas de nuestra convivencia y minan la confianza en las instituciones. Urge, por tanto, un debate profundo y honesto sobre las causas que han propiciado esta situación y, lo que es más importante, sobre las medidas que debemos adoptar para revertirla. No podemos permitir que la Costa del Sol se convierta en un refugio para criminales, ni que el miedo y la violencia se apoderen de nuestras calles. El futuro de nuestro paraíso está en juego.
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